De Cabo da Roca a Moscú, el amuse-bouche del transiberiano

Para apreciar correctamente el estado de ánimo con el que llegué a Beijing, sin entrar en mucho detalle, es importante mencionar que, habiendo salido de Lund, Suecia, mi primera parada fue Madrid, donde durante un fin de semana (que mi hígado todavía resiente) celebramos la despedida de soltero de un muy buen cuate que una semana después se casaría en Lisboa con una linda portuguesa. Deteriorados física y económicamente por las cubas de 14 euros del Pacha, 2 monstruos, una princesa guerrera, un litro de vodka y un servidor y amigo de todos ustedes, Vasily Ivanovich Kamerno, emprendimos el camino a Lisboa, pasando a degustar las tapas y bebidas locales, conocer los bares y antros, turistear tantito y crudear bastante, en Salamanca y Porto. Llegamos a la boda a entonarnos, bailar, reírnos, brindar, gritar, llorar, vomitar, etc. Al día siguiente, algunos invitados decidimos intentar recuperar la salud con un paseo a Cabo da Roca, donde el viento, la increíble vista hacia America y el saber que pasarían dos meses y medio antes de llegar a Beijing, me erizaron la piel y revolvieron la alberca de tequila que guardaba en mi panza.

Un día después, uno de los monstruos, Pëtr, su porcina (H1N1) y yo dejamos la civilización occidental para dar inicio a la verdadera aventura e inmiscuirnos en Sovietilandia. El buen Pëtr iba tosiendo todo el camino, espantando a los pasajeros y a mi, aunque por diferentes motivos: yo sabia que su enfermedad era resultado de los excesos de la despedida de soltero, boda y demás convivios, mientras que los demás pasajeros solo sabían, a lo mucho, que era mexicano. Mi temor era que nos fueran a meter en cuarentena al bajar del avión, ya que a principios de junio esa era una practica muy común, especialmente aplicada a mexicanos. Sorprendentemente, a una polaca muy guapa que iba leyendo El Laberinto de la soledad no le causó tanto asco y hasta se puso a platicar con el sobre literatura mexicana, con lo cual Pëtr dejo de poner atención a las clases de cirílico que estaba intentando darle. Hicimos escala en Katowice, Polonia, donde mientras esperábamos nuestras maletas me volví a sorprender: primero, al ver las piernas interminables de nuestra amiga polaca de 1.85m. y luego, al sentir los pequeños mordiscos y jaloneos de un labrador negro, seguidos de los gruñidos de un soldado malencarado. Sin discreción alguna fui alejado de los demás pasajeros, metido en un cuartito e interrogado por algo que nada tenía que ver con la H1N1, lo cual en mi cabeza no hacia ningún sentido puesto que Pëtr era la verdadera amenaza.
Tras unos diez minutos de intercambios en una mezcla de ruso, inglés y polaco sacado del calzón, recupere mi libertad, so advertencia que el labrador no iría lejos. Para entonces, la polaca, aterrorizada, ya se había alejado de Pëtr.
Al término del día llegamos a Kiev, donde afortunadamente Pëtr logró mantener la respiración durante las horas que se tardaron en ponerle el sellito al pasaporte. De haber tenido la porcina, Pëtr hubiera contribuido a su propagación por todo el planeta: en la boda hubo gente que venia de México, Estados Unidos, Rusia, Europa, Australia; la luna de miel fue en África; y yo estaba empezando mi Odisea hacia Asia.

En cuanto a Ucrania, la verdad es que no tenia ninguna expectativa ni planes: Llegue con la intensión de pasar 2 semanas y terminé quedándome un mes, de tanto que me gustó. Además de Kiev, visité Poltava, Kharkiv, Odesa, Yalta y varios pueblitos en Crimea. Me cruce a Moldova un par de días e incluso estuve en un país que no existe: Transnistria, ubicado entre Moldova y Ucrania. En este pequeño territorio de muy escasos recursos, sufrí la clásica extorsión al turista. Me querían cobrar 100 dolares para poder salir, pero gracias a mi excelente nivel de ruso con acento de albañil y experiencia en el trato con tamarindos logré escaparme con una muy módica cooperación.
Recorrí todo Crimea, visitando playas, iglesias, pueblitos, castillos y bases militares secretas, hasta llegar a Kerch, donde tome un ferry a Rusia.
Fue en este tramo que me di cuenta que me había excedido en mi grado de aventurero, pues el ferry me dejó a las 8pm en una terminal marítima a 50-60 kilómetros de cualquier pueblo, cuando yo esperaba encontrar una ciudad con vía férrea o por lo menos estación de camiones. Antes de que se vaciara el ferry intercepté un camión que iba hacia Sochi (pueblucho casi en la frontera con Georgia donde serán las olimpiadas de invierno en 2014) y me apalabré con el chófer para que me diera un aventón. No era mi plan ir tan al sur, pues en realidad mi objetivo era Moscú, pero ya a bordo del camión, rodeado de gente de fuertes humores pero feliz de haberme salvado de una noche en los manglares que rodean el Puerto Kavkaz, decidí ir a ver que había.

Después de unas 15 horas de marzhrutka llegué a Sochimilco, donde pasé el día echado en una playa de piedras y mar lleno de medusas. Aproveché para quitarme un poco del mal olor que me habían pegado mis compañeros de viaje y el monje en particular. En la noche de ese mismo día emprendí el camino hacia la capital. Fue largo y apestoso, e implico otras 50 horas sin ducha.
Pude darme una refrescada en el Río Don, durante una breve escala en Rostov del Don, pero de igual manera llegué al festival de la cerveza en Moscu oliendo a ajo, cebolla, pepinillo y vinagre.
En Moscú disfrute de unos días con mi novia moldovesa, mi amigo Veribor y su mujer, y encontré a los 3 amigos con los cuales viajaría hasta Beijing: Andrei, Yuri y David.
Habiendole dedicado un par de días a tramites de visas y turisteo por el Moscva, Andrei, Yuri y su servilleta nos subimos al famoso Transibirski Magistral, guzano de fierro abordo del cual –little did we know- recorreriamos aproximadamente 15,000km (la mitad de los cuales no estaban planeados); pasariamos 250 horas en platzkart (a.k.a. toilet class o auschwitz express) y 100 horas en clase «decente» (goulag nostalguia); beberiamos quien sabe cuantas cervezas y botellas de vodka; conviviriamos con decenas de sovietilandeses; y perfeccionaría mi ruso de albañil. De esto David ya no se enteró, pues en su primera noche en Rusia, y primer encuentro con messieurs Rusky Standart y Beloe Zoloto, perdió su pasaporte y cartera y tuvo que quedarse atrás.

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