Sacha Mandinga

Not all those who wander are lost.

J.R. Tolkien

EL INICIO

Que no quepa duda, viajo para fugarme, una evasión de la realidad, mi realidad, tal y como sucede con el consumo de drogas. Cuando uno pasa de nivel turista a nivel viajero, el sedentarismo y la rutina se convierten en sus enemigos naturales. El turista sabe perfectamente a donde va y su fecha de regreso; al viajero no le importa la primera y se niega a reconocer la segunda.

A mis 34 años de edad lo más difícil al emprender el viaje fue ignorar la presión social a la que casi todos cedemos sin cuestionamientos. Con una prometedora trayectoria profesional, un valioso grupo de amigos y familiares, un buen estatus económico y el confort del mundo de lo conocido, las personas a mí alrededor se preguntaban si mis facultades mentales y buen juicio no estarían flaqueando. Renunciar, dejarlo todo y partir a recorrer el globo sin rumbo, boleto de regreso y con únicamente diez kilos de posesiones a cuestas, es una idea que a buena parte de la sociedad le parece descabellada y arriesgada en todos sentidos.

Sin embargo, a solo tres años de haber regresado de mi última vagancia por el planeta, la rutina y comodidad fueron combustible suficiente para aventurarme de nuevo a lo desconocido.

¿Hacia dónde? Es lo que menos importa. ¿Hasta cuándo? Que el tiempo lo decida. ¿Por qué? por el reto, el asombro, el movimiento, la vida misma.

El viajero, cuando se traza una ruta, no busca nada en particular más allá de abrir su mente para redescubrir la belleza del mundo, midiendo la distancia, no mediante kilómetros, sino a través de experiencias y encuentros; el trayecto mismo.

Aquel que viaja debe de tener la disposición de olvidar todo lo que ha aprendido, volver a empezar de cero, arriesgar y sacrificar todo; de otra forma, sin importar las vueltas que consiga dar al universo, jamás saldrá de casa.

La historia va más o menos así. El año 2014 resultó una mierda. El proyecto  social que dirigía en cárceles para menores, que había comenzado un año antes, perdió impulso y me era cada vez más difícil encontrar la motivación necesaria para continuar, menester indispensable para quien  dedica su tiempo, esfuerzo y recursos en aras de mejorar la situación del marginado y excluido. La ayuda económica nunca llegó y yo me vi en la necesidad de encontrar un trabajo paralelo que me permitiera sostener el proyecto, además de continuar con un  tercer trabajo como coordinador de la sección de Derechos Humanos y Cooperación para la revista Pensamiento Libre y colaborador en otras publicaciones del mismo corte.

Por x o y encontrar trabajo nunca ha representado un problema para mi, por lo que en mayo de ese año, y sin prácticamente esfuerzo para conseguirlo, comencé a laborar en una dependencia gubernamental dedicada a la protección de derechos humanos, específicamente en la lucha contra la discriminación. Las funciones de mi puesto resultaron sumamente atractivas y parecían haber sido pensadas expresamente para mi perfil profesional. Todo fue un fraude. Al burócrata, en la mayoría de los casos, le importa un reverendo sorbete en qué consiste su trabajo; lo mismo le da el desarrollo de proyectos con miras a proteger a personas en situación de vulnerabilidad que pasarse el día entero abriendo y cerrando cajones, actitud que se refleja en el mediocre y pobre trabajo que realizan, a menos que, claro está, persigan intereses personales de tipo económico o profesional, con lo que tal vez logren desempolvar la piedra y hacerla girar un poco.

Mi mala experiencia en el gobierno se potenció debido a mi jefa, que además de ser una persona gris y sin chispa, parecía estar completamente amargada por la vida, y cualquiera podía pensar que maltratar a sus subalternos era una de sus actividades favoritas. Mantener tres trabajos, y en uno de ellos con una perra como jefa (ella misma se auto-nombraba con ese mote) absorbía toda mi energía y me dejaba poco tiempo y ganas para disfrutar la vida; para cerrar con broche de oro mi precaria situación, y al tiempo que comenzaba mi tercer trabajo, me enfrente a una seria enfermedad que me obligó a someterme a un par de cirugías mayores de las que, con un poco de suerte y un equipo de cirujanos de mano experta, logré salir avante.

El cáncer me abrió lo ojos. Dinero, desarrollo profesional, estatus social; nada de eso cuenta si mañana expira tu último aliento y no eres capaz de mirar atrás y sonreír. Vivir como si no fuéramos a morir y morir como si nunca hubiéramos vivido tiene que dejar de ser la regla. Es por eso que hoy he dicho adiós a todo y me he propuesto no pensar en el futuro, sino únicamente disfrutar a tope el presente, y que mejor manera que  viajando.

7 comentarios en “Sacha Mandinga

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