Ubud: ¿shanti shanti o ganas de regurgitar?

Hmmm… Ubud ¿qué puedo decir sobre Ubud? Seguramente no le dí la oportunidad que debiera, pero no me gustó o, mejor dicho, casi no me gustó. Aprovechamos la visita de una amiga a Bali y que Clarita, la bride to be, se había ido a Ubud a otra sesión de relajación y piñas coladas para hacer la excursión desde Canggu. El camino fue muy bonito y divertido, a ratos por calles pequeñas entre campos y casitas, a otros en avenidas grandes, caóticas, llenas de autos y motos yendo lo más rápido posible. Recogimos a Clarita a un lado del Yoga Barn, que por lo que entendí es como la meca de los yoggis, con clases a todas horas y grupos enormes de estudiantes y bali dreamers. Sentada en la parte trasera de mi moto, Clarita nos guió hacia un restaurante super saludable que tenía una bonita vista hacia la selva y a un templo hinduista. Al bajarse, tuvo la mala suerte de que su chamorro derecho tocara el escape de mi moto, Juanita Chantik, asándose al instante. Complemento su torpeza poniéndose pasta de dientes sobre la herida, haciendo que el choque térmico rompiera la piel, por lo que al cabo de una hora ya estaba secretando pus. Yo me sentía muy mal, pues, además del dolor, me imaginaba lo importante que para ella sería poder presumir sus chamorros el día de su boda. Pero Clarita es fuerte y, luego de mentarme la madre un par de veces y otras a la pobre Juanita, pasamos a ocupar una mesa en aquel restauran.

Yo me pedí un fetuccini de zucchini, que en realidad no era más que zucchini rayado con alguna salsita. Bastante equis, la verdad. Sacha se pidió unos increíbles huevos rancheros que, sorprendentemente, se parecían mucho a los verdaderos. Ya no recuerdo que pidieron Marie y Clarita, sólo sé que envidiaba la elección de Sacha y maldecía la mía. Eso del raw food claramente no es para mí -aunque tal vez un poco de tocino, incluso crudo, hubiera salvado el platillo.

Ubud es un pueblo en la montaña con bonitos templos, buenos restaurantes, un chingo de tiendas de pareos, batik y madres para decorar tu casa bien shanti shanti. Aquí ya no abundan los surfers ni los bikinis, pero abundan los güeros vestidos en trajes típicos balineses, con sorong y sombrerito, paseando por las calles, skypeando en los restaurantes, sentados en el piso (¡al pie de una mesa con sillas!) actualizando su facebook o escribiendo en sus blogs sobre la increíble energía que perciben en Ubud. Los restaurantes enfatizan su fair trade, sus productos orgánicos, la comida raw, libre de gluten, vegana, etc. ¡Bah humbug!

Ubud

Campos de arroz a las afueras de Ubud

Ubud sin duda tuvo sus momentos bonitos, acogedores, pero el turismo yoggi y los fanáticos de Eat, Pray, Love llegaron a desvirtuarlo todo. Se organizan tours en bicicleta para ir a ver los arrozales, tomar fotos preciosas de lxs campesinxs chingándose bajo el sol, con pausas en los varios cafés que hay por todos lados alrededor del pueblo, también con vistas a los arrozales y esclavos, mientras aprovechan del wifi para taggearse con un frapuccino.

El contraste entre las macbooks y la madriza que se acomodan lxs campesinxs a escasos metros de estos me revuelve la pansa. No logro disfrutar de los paisajes y sólo quiero alejarme de ahí, de dejar de contribuir a que el esquema del hombre blanco y su frapuccino frente al balinés y su hoz se siga reproduciendo. Mi humor mejora cuando llegamos al Bosque de los Changos. Aunque no entramos, me divierto en las calles de los alrededores viendo como los changos hostigan a los turistas y vendedores de parafernalia balinesa. Tratan de robarlo todo, sea comida, sea unos lentes, una cámara, etc. No importa. Los balineses cuidan sus changarros armados de resorteras, ramas y escobas y no descansan ni un minuto. Los turistas se confían y van perdiendo cosas, sin saberlo, en el camino. Un señor sale del supermercado con una bolsa de plástico llena de frutas y un chango lo sigue de cerca hasta que alcanza la bolsa, le hace un agujero por debajo, caen todas las frutas, agarra todas las que pueda y se va corriendo, trepando las paredes de una tienda e instalándose en el techo a disfrutar de su tesoro, cuidándose siempre del acecho de otros changos. El señor está furioso. No le causa ni una gracia. Quiere matar al chango. Odia al chango. Odia su existencia. Odia haber salido de su ciudad de gente llena de odio. A mi me da risa y disfruto mucho de la escena, de ver como una persona puede enojarse tanto con un chango.

Debo enfatizar que esto no es más que la expresión de mi propia experiencia en Ubud y que tengo amigos que maman el Yoga Barn, la comida insípida y colocar estatuillas de Ganesh en su jardín. En aras de fomentar la diversidad de opiniones en este blog, de formas de expresarse y abrir este espacio a un mayor número de autores y lectores, la semana que viene Virginie Martin-Onraët, co-capitana del velero «Un Jour» e intrepida escaladora, publicará su visión de Ubud.

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