De osos, volcanes y madrizas

Cuando en febrero Craig me contactó para invitarme a cruzar el Mar de Bering a bordo de su velero «Whakaari», un Cabo Rico de 40 pies, pensé que sería una buena oportunidad para adquirir experiencia en vientos fuertes, corrientes alocadas y olas altas. Le eché un ojo a su blog, echamos una skypeadita pa’ conocernos y aclarar ciertas dudas respecto a la vestimenta y equipo que debía llevar y al terminar le confirmé mi interés en unirme a su aventura. Little did I know lo mucho más que me esperaba en este viaje.

Luego de un intento frustrado, el 10 de mayo volvimos a zarpar de Sand Point, Alaska, con destino a Dutch Harbor, un puerto a 230 millas náuticas (425km), sede de la serie Pesca Mortal, donde debíamos entrevistarnos con el oficial de aduanas y migración a fin de obtener un permiso de navegación para pasear por estas aguas. Concluido el trámite, Craig, neozelandés ya medio rucón, expresó su interés en volver hacia el este a escalar un par de volcanes. Yo no lo disuadí, pensando que serian paseitos por la naturaleza que mi puerquecito podría sobrellevar. En su lista estaba el volcán Pavlof en la península de Alaska y su majestad Shishaldin en la isla de Unimak. Rumbo a estos, fuimos veleando en vientos que oscilaban entre los 10 y 25 nudos, turnándonos en el timón y disfrutando de los paisajes volcánicos que caracterizan la cadena de las islas Aleutianas. Todo mejor que lo esperado.

Un día, yendo de la isla de Akutan hacia Unimak, tuvimos la suerte de pasar por una manada de doce ballenas jorobadas. Horas después, anclamos en la bahía de Urilia, donde notamos que una osa con dos ozesnos estaban paseando por la playa en busca de algo de carroña. Luego vimos unas morsas nadando al rededor del barco y al día siguiente fuimos en busca de más, dando con una playa que tenía cerca de ciento cincuenta amontonadas tomando el sol, apareando, nadando o comiendo almejas. Cuando dejamos la bahía, pensando que estas aguas tendrían que seguir cumpliendo mis deseos, pedí ver orcas y el deseo me fue concedido diez minutos después.

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Unos días más tarde llegamos a la bahía de Pavlof para escalar la Hermana de Pavlof, volcán un poco más pequeño que el mero Pavlof, pero reto que el capitán estimaba posible en un día largo de estás latitudes, sin tener que acampar en la montaña. En esta temporada los osos Grizzly andan bien hambrientos, así que ademas de cargar esquís, botas, kit de primeros auxilios, botanas y ropa de repuesto, fuimos armados de un rifle, bengalas del barco, repelente de osos y una bubucela. Dejamos el dingui en una playa de arena negra repleta de huellas de osos y nos fuimos caminando hacia las faldas del volcán, haciendo un chingo de ruido con la esperanza de ahuyentar los osos. Después de unas cuatro horas llegamos a la nieve, cambiamos de botas, ajustamos los esquís con piel de foca en las suelas para así poder usarlos en el ascenso y le dedicamos las siguientes dos horas a subir en linea recta.

Cuando llegamos a las nubes el viento comenzó a soplar enfurecido y Craig, a temer por el anclaje de su barco. Quitamos las pieles de los esquís y en menos de diez minutos bajamos lo que tanto nos había costado subir. El contraste entre la nieve, la lava y el mar azul en el fondo son difíciles de capturar con una Gopro, pero quedarán por siempre gravados en mi memoria, al igual que todas las huellas de oso marcadas en la nieve, en las cenizas y entre los arbustos.

Craig, preocupado por su barco, fue bajando como si tuviera piernas motorizadas y nada en la espalda. Yo sufrí como nunca la fuerza de gravedad y llegué de vuelta a la playa gateando, algo enojado, pues el llevaba el rifle y me había dejado kilómetros atrás. El viento soplaba a unos 40 nudos, las olas se habían levado y era evidente que el barco no aguantaría mucho más en ese fondeadero, así que no tuve mucho tiempo para reponerme antes de tener que arrastrar el dingui hacia el agua, izar las velas y retomar la travesía.

Una semana después llegamos a False Pass en el estrecho de Isanotski, que separa la Península de Alaska del Unimak, la primera de las islas Aleutianas. Entramos al estrecho con 4 nudos de corriente en popa, yendo a ratos a 10 nudos, que para un velero es ir hecho la madre. Camino al puerto sentí que perdía todo el control del barco y cuando me asomé por el costado de estribor noté un remolino con medio metro de profundidad y poco más de un metro de diámetro que nos estaba succionando como un escusado. Logré esquivarlo, pero el giro repentino del barco hizo que el capitán se estrellara la frente contra la pared mientras usaba el baño.

Ibamos con la misión de escalar Shishaldin, el volcán conico más simétrico y perfecto del mundo y, con 2860 metros, el más alto de las islas Aleutianas. Esta vez, además de todas las pendejadas listadas arriba, llenamos nuestras mochilas de comida, tienda de campaña, sleeping bags, estufa de acampar, municiones y raquetas de nieve. La misión era caminar 15 kilómetros al día, llegar a la sima de Shishaldin en la madrugada del tercer día y volver al barco al cabo de un total de 5 días. Mi mochila nunca había pesado tanto y solo rezaba porque Craig se diera cuenta que era una chaqueta mental pensar que lograríamos llegar a la cima. A diferencia de cuando se aparecieron las orcas, esta vez no se cumplieron mis deseos. Se puso su mochila, dejamos el muelle y nos fuimos andando por tierras que solo transitan osos. Empezamos por tener que atravesar unos tres kilómetros de matorrales y arbustos que se divertían enganchándose con los esquís y arañándonos la cara.

A eso le siguieron dos kilómetros brincando piedras en un arroyo, y otros dos en la ladera de un río, que seguimos hasta llegar a la nieve. Huellas y heces de osos por todos lados. Yo me puse las raquetas de nieve mientras que Craig, quien ya tenia las botas empapadas por el río, siguió como si nada, escalando la montaña.

Por fin llegamos a una cima, tras la cual debíamos descender a un valle donde pasaríamos la noche al pie de la montaña Roundtop. Yo quería ponerme los esquís pero Craig iba cientos de metros adelante de mi y no quise retrasarme más por una bajada de cinco minutos. Cuando llegué al valle, el cabrón estaba tirado descansando sobre el techo de la tienda de campaña, esperando que yo llegara con los palos y clavos de la tienda. Otra vez, no pude descansar ni dos minutos antes de que me pusieran a chambear. Montamos la tienda, preparó una mierda de cenar (frijoles dulces con arroz mal cocido) y, luego de enterrar toda nuestra comida a unos cincuenta metros de nosotros, nos fuimos a dormir, agotados y con dolores fuertes en la espalda.

En la noche comenzó a soplar el viento, luego a nevar. La fuerza del viendo aumentaba con cada hora que pasaba hasta que se volvió imposible dormir. El viento aplastaba el techo de la tienda, como si un luchador se le aventara encima, sofocándonos y provocando que toda la humedad acumulada en el techo se traspasara a nuestra ropa, sleeping y demás cosas dentro de la tienda. Mis botas, que tanto había cuidado de no mojar, amanecieron con charcos de agua en su interior, toda mi ropa empapada y mi sleeping, húmedo y frío. Ni el viento ni la nieve habían amainado y ya no podía aguantar las ganas de orinar. En calzones largos, botas de esquí, chamarrita y gorrito, armado del rifle, salí a la tempestad, solo para volver aún más mojado al relativo confort y calor de un humedo sleeping. Con ese clima, era evidente que ese día lo pasaríamos encerrados en la tienda. Como a las 5pm el hambre obligó a Craig a salir por la comida, pero esta vez no pudimos incendiar la pequeña estufa que llevábamos y tuvimos que cenar unas quecas secas y frías. Con la moral por los suelos, sabiendo que nos estábamos mojando cada vez más, adoloridos ahora por las horas pasadas acostados en un espacio diminuto, ya no nos molestamos por volver a enterrar la comida.

A las 10am del día siguiente sopló la última ráfaga, se asomó el sol y salimos de nuestro mediocre refugio. Vimos que el viento había deformado todos los palos de la tienda y que la tela estaba desgarrada en algunos lugares. Craig tuvo que admitir que con ropa mojada y una tienda en esas condiciones sería imprudente seguir, así que con su hacha pica hielos cabo un profundo agujero, maldijo la tienda y la enterró. Nos deshicimos de la comida, empacamos lo demás, nos pusimos los esquís y volvimos por donde habíamos llegado, yo feliz y Craig frustrado y desilusionado. Disfrutamos de un descenso de cinco minutos antes de cambiar las botas de esqui por botas empapadas, que ahora no importaba cuidar del rio e hizo mucho más rápido y fácil el descenso. Mientras no tomaramos descansos muy largos, Craig prometia que nuestros dedos no se congelarian. Ocho horas después llegamos de vuelta al barco, cenamos unos hotdogs, nos anestesiamos con pomadas y un porrito y vimos los primeros 10 minutos de una peli.

Por cierto, a través de esta página pueden seguir nuestra ruta y los vientos que vamos enfrentando.

9 comentarios en “De osos, volcanes y madrizas

    • La fauna está increible. Mañana zarpamos y esperamos ver más orcas yendo hacia el oeste. El domingo o lunes me toca seguir al capitán en su intento por llegar a la cima del volcán Cleveland en la Isla de las Cuatro Montañas. Afortunadamente ya no tenemos tienda que cargar, así que será una aventura de 24hrs máximo.

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  1. queridísimo Roberto, hacía mucho que no me reía tanto

    Me encanta que tus sufrimientos hayan quedado atrás, y que ahora estés disfrutando de un buen clima en Rusiay, espero, de excelentes partidos

    Te mando un súper abrazo con mucho cariño

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