El Éxodo hondureño

En México y el mundo, cuando los problemas sociales se dan lejos, pareciera que no son problemas. Si a caso, compartimos nuestra opinión en redes, para luego seguir con nuestras rutinas como si nada. Así le hacemos con el cambio climático o el consumo desmedido de plásticos; la guerra en Siria o el genocidio Rohingya; las recientes inundaciones en el norte de México o los terremotos en Indonesia; la ocupación ilegal del Territorio Palestino o la anexión de Crimea; la homofobia o los feminicidios; las centenas de fosas clandestinas o millares de desapariciones forzadas, las elecciones en Brasil o la crisis en Venezuela, por citar algunos ejemplos.

A finales de agosto llegué a Tapachula, consiente que, siendo ciudad fronteriza, me encontraría con muchos migrantes. Aún así, no dejó de sorprenderme ver sus calles llenas de restaurantes chinos, tiendas que aceptan quetzales y un tipo de cambio del dólar estadounidense más competitivo que en la Ciudad de México. Paseando por la ciudad en busca de herramientas y materiales, de vez en cuando, me cruzaba con africanos y centroamericanos. Lo mismo sucedía en Puerto Madero, a dónde me mudé unos días después para estar más cerca de la marina en la que paso mis días. Los vecinos en el hotel eran escasos, pero eran hondureños, huyendo situaciones que no deberían resultar, a mexicanos, difíciles de imaginar. Una pareja viajaba con cinco menores, algunos suyos, otros de parientes, con el fin de alejarse de la violencia y pobreza, ilusionados con encontrar una mejor vida del otro lado; una madre soltera, harta de no encontrar trabajo como paramédico por no militar por el partido en el poder y habiendo perdido el que tenía, por la misma razón, el día que se dio la transición.

Los apoyaba entreteniendo a los niños con malabares, regalándoles objetos extraños que entraba a bordo del barco (como una colección enorme de conchas de mar), compartiéndoles de los antojitos que me compraba en la tiendita y, en el caso de la madre soltera, ayudándole a cobrar el poquito de dinero que cada ciertos días le mandaban sus parientes de Honduras y Estados Unidos, porque resulta que Banco Azteca solo le permite tres giros al mes. También andaba atento a posibles chambitas que pudieran hacer o los asesoraba sobre qué camino seguir para llegar a Tijuana de la manera más segura y económica.

Hace tres días la situación empeoró. Miles de migrantes, sobre todo hondureños, empezaron a cruzar la frontera. Son niños, niñas, bebes, mujeres embarazadas, jóvenes,  no tan jóvenes. Ahora las calles de Tapachula están llenas como Acapulco en semana santa. El mismo Puerto Madero se llenó de vida, y eso a pesar de las fuertes lluvias que lo mantienen inundado. El hotel de mala muerte en el que me hospedo está casi lleno, con familias enteras ocupando una sola habitación y sus integrantes trabajando en el aseo del hotel cuando no están limosneando por las calles. Aquellos que conocí cuando llegué siguen esperando sus visas humanitarias para poder permanecer en México hasta seis meses y así seguir su camino hacia la frontera norte sin acosos ni extorsiones. Poco a poco van perdiendo la esperanza y considerando regresar a sus infiernos. Hasta ahora los chiapanecos con los que he platicado los reciben con compasión, reflejo de su humanismo, de la solidaridad latina y tal vez del trato que ellos quisieran que sus parientes reciban en aquel territorio ahora presidido por un xenófobo.

A pesar de que el gobernador de Chiapas y las autoridades federales pregonan su intención de salvaguardar los derechos humanos de todas estas personas, la realidad es que con este nuevo flujo migratorio la gente ya vive en las calles, ya no tiene con qué comer y muchos sufren de problemas de salud. Si el Instituto Nacional de Migración sigue su ritmo burocrático habitual y les hace esperar meses para otorgarles visas humanitarias, la situación aquí se va a poner caliente.

Entiendo que ya hay asociaciones civiles y no gubernamentales organizando el acopio de víveres y la ayuda médica y los invito a que las apoyen. Por mi parte, me ofrezco a recibir sus donativos y dárselos a aquellos que lo requieran para alimentarse, comprar medicinas o pagar su transporte a las oficinas de Migración en Tapachula, que el viaje de ida y vuelta cuesta 50 pesos por persona… Si lo requieren, no tengo inconveniente en reportarles el detalle de lo que hice con sus aportaciones o en seguir sus sugerencias sobre a qué dedicarlas. He puesto un vinculo en este blog que les facilita hacer donativos a través de Paypal. Si alguien conoce un sistema que permita hacer pagos con similar facilidad pero que no cobre las comisiones cercanas al 10% que este cobra, mucho agradeceré me lo comparta -y más, nuestros amigos necesitados.

Demostremos que somos mejores que muchos europeos y norteamericanos, quienes parecen haber olvidado que alguna vez fueron refugiados o migrantes, y recordemos que así como buscamos que del otro lado traten bien a nuestros connacionales, a los centroamericanos les debemos un buen trato de este lado.

10 comentarios en “El Éxodo hondureño

  1. Well said. Our hearts go out to these people who are only trying to find a better life. I fear that they will not find the same welcome at the American border that they have found here in Chiapas. Thanks for providing us a way to help in some small manner.

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  2. Escuche esta manana la noticia en una estacion en Ingles y me invadio la tristeza y hasta un sentido de culpabilidad por todo lo que muchos tenemos y no apreciamos. De inmediato pense, de que manera puedo ayudar y no quejarme o lamentarme. Encontre este blog al cual agradesco su excelente desrcipcion de los hechos y el panorama del problema. He hecho un donativo, esperando llegue nuestros hermanos en necesidad. Que Dios los Bendiga, ayuda, ilumine en su camino. Gracias por crear este Blog. Buen trabajo!!

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  3. Pasé el día de hoy, Jueves 25 de octubre, en Tapachula. De momento no tengo acceso a noticieros (internet a penas da para poner este comentario), pero lo que he escuchado de los migrantes con los que estuve conviviendo estos meses y con los que mantengo contacto vía Whatsapp es que el Instituto Nacional de Migración canceló todas las solicitudes en trámite y la COMAR está cerrada. Tapachula quedó desierta, o al menos así se sentía hoy. Aquí en Puerto Madero quedan algunos migrantes, pero nada que ver con lo que había. Me informan que la mayoría se unió a la caravana y que el gobierno les ha dado tránsito libre hasta la frontera con Estados Unidos. Si aún desean hacer un donativo o enviarles víveres, medicina, ropa, etc. háganlo mejor a través de las organizaciones y personas que se encuentran en la ruta de esta caravana. Les agradezco a todos su apoyo y sigo con mi compromiso de hacérselo llegar a quienes lo necesitan, muchos de ellos ahora parte de la caravana.

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