La península de Baja California goza de un residente majestuoso y hoy, antes de volver a la mar, retomo este blog para compartirles lo que he aprendido de el.
Se llama Cardón pero los que lo conocen bien le dicen el Pachipedo Pringles, o pachycereus pringlei. Llega a rebasar los diecinueve metros de altura, con un tronco de hasta un metro de diámetro y agujas tan largas como una regla.
Cuando el Hombre lo deja ser, el Cardón logra celebrar hasta trescientas vueltas al sol. Incluso se dice que algunos ejemplares contemporaneos presenciaron el nacimiento de Chabelo. Sin embargo, esto rara vez sucede, dado que el Pachipedo, inoportuno como su nombre, tiene el mal gusto de instalarse donde sabe que estorba la construcción de un resort o campo de golf, o desarrolla un look tan chingón que su madera se antoja para fabricar muebles y artesanías.
Hay unas cabras que han adquirido tanto el gusto por su carne rica en alcaloides que, abandonadas a su suerte por el mismo ser destructor de siempre, pasean por Espíritu Santo con la actitud de aquel que ha perdido su perico.
El Cardón ha estado en peligro de extinción, pero por suerte la corrupción y el valemadrismo gubernamental mexicanos casi no han entorpecido su protección; festejo que no comparten las últimas vaquitas marinas que aún nadan en el norte del Golfo de California, que ya solo son doce o trece según nos cuentan unos marinos asignados a su salvaguarda.

Foto tomada de la nota de Regeneración.
A diferencia de muchas plantas del desierto, que se desgastan buscando dónde echar raices, el Cardón crece dónde se le pega la gana. Cómo un futbolista, el pachycereus pringlei tiene los pies repletos de bacterias y hongos, sólo que estos, en lugar de perjudicarlo, le hacen un parote: se ponen a tragar igual al Comepiedras de la Historia Sin Fin y así demuelen la roca a la vez que producen nutrientes. Esto le permite anclarse en los lugares con mejor vista al mar, que es justo donde se pone chingón el golf y el spring break.
El Cardón se la lleva tranquilo hasta que cumple los cincuenta, que es cuando le sale lo Pachipedo. Entonces se viste de quinceañera y lo vuelve a hacer cada año hasta que la hueva, su propio peso o un culero lo tumban. En estas fiestas luce un vestido de flores blancas que con la cruda se convierten en frutas llamadas pasacanas. De estas salen unas ochenta mil semillas, de las cuales sólo una le echará ganas para desarrollarse y convivir -de preferencia de lejitos- con nosotros. Y ni quién las culpe, con el cagadero que estamos haciendo de nuestro planeta.
Si sabes algo más sobre este precioso cactus o quisieras corregirme en lo que escribí, no dudes en dejar un comentario.
qué tal cielo, increible profundidad de color. gracias por su publicación. saludos
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Spasibo Alona!
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de nada!!! 🙂 🙂 🙂
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Es tan chido el tal Pachi que al texto mismo que lo describe le salen brazos y le brotan flores. Saludos. Federico
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Muchas gracias, Federico
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Por fin un nuevo relato. Ya sabes que me encanta leerte.
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Ya te extrañaba, Robert tan querido
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