La Caída de un Titán. Parte III.

Hospital Kasih Ibu, Denpasar, Bali, Martes 8 de septiembre de 2015.

Es el día en que tiene que hacer el checkout del hospital y Sacha se ve muy cansado. Me dice que en la noche le dolió un poco la cabeza y que le dieron unas medicinas que, aunque le quitaron el dolor, lo tienen adormecido. Le pregunto a la enfermera si es normal. Dice que si, que solo hay que dejarlo descansar tantito.

Pasan las horas y sigue en la siesta. A las 13.30 le pido que se empiece a alistar, que se bañe, etc. Le digo que si está muy cansado siempre puede volar otro día. Se para y me dice que no hay bronca, que sólo está cansado pero que se siente bien y quiere tomar el avión. Yo lo entiendo. Lleva 5 días en el hospital y quiere irse a casa, a estar con su mamá y atacar el tema del tumor. Se mete a bañar. Se tarda mucho. Le pregunto si está bien, contesta que todo está bien. Me pide su ropa, se la paso. Se viste y cuando sale se sienta en una silla frente a la tv, a comer el pollo y arroz que trajeron mientras dormía. Insiste en que yo también coma un poco. Prefiero que el se llene, pero insiste y acepto darle unas mordidas al pollo y comer tantito arroz. Me dice que quiere rasurarse la mega barba y raparse. Le digo que ya no hay tiempo, que hay que hacer el checkout y empezar a movernos hacia el aeropuerto. Insiste. Le recuerdo las horas que siempre le toma raparse. Me dice que es algo que puede hacer rapidísimo, con los ojos vendados, que ya lo ha hecho mil veces. Insisto que no hay tiempo. Veo que se cansa de discutir. Dejamos el tema.

Le digo que se eche otro ratito en la cama mientras adelanto el checkout. Hago el checkout, traigo algunos papeles que debe firmar, incluyendo algunos vouchers del hospital. La enfermera me entrega una bolsita llena de pastillas y me explica para qué son y cada cuando las debe tomar. Todo viene claramente descrito en una receta, que también incluye en la bolsita. Decido que le explicaré todo a Sacha cuando ya estemos en el aeropuerto. Es hora de partir. Se ve muy cansado, pero dice que está bien, que dormirá riquísimo en el avión. Salimos despacio del cuarto. Esta muy cansado. Me recuerdo que la enfermera comentó que era una reacción normal ante las medicinas. Pasamos despacio frente a las enfermeras. Sacha se despide, aunque con un aire distraído y somnoliento, contrario a como suele despedirse del personal de los hoteles y restaurantes que visitamos. Tomamos el elevador. Le pregunto si está seguro de querer viajar. Está seguro. En la recepción pido un taxi. Sacha espera sentado en un sillón. Llega el taxi y nos subimos. Son las 3pm y hace mucho calor. Hay tráfico. Le digo que se puede echar una siesta en lo que llegamos al aeropuerto, pues estimo que estaremos un buen rato atorados. Se duerme. Ha pasado casi una hora cuando noto que nos estamos acercando al aeropuerto y lo despierto. Le pido que se vaya activando, que en unos minutos vamos a tener que bajarnos. Responde «OK». Le pregunto si se siente bien. Me dice que sí, que sólo esta cansado. Lo veo sacudiendo sus piernas. Le pregunto si no prefiere volar otro día. Me dice que no, que no me preocupe, que está bien.

Dos minutos después llegamos. El tiene los ojos cerrados. Le digo que es hora de bajarse, que ya llegamos. Balbucea algo que me da a entender que me escuchó y que se va a bajar. Agarro sus maletas y pago el taxi. Sacha no se baja. Abro su puerta y lo veo dormido. Lo trato de despertar y no se despierta. Decido que no puede viajar tan cansado, que se va a quedar dormido en la sala de espera y perder su avión. Que no tiene caso. Le pido al taxi que dé media vuelta y nos regrese al hospital. Le aviso a Sacha que me apena pero que vamos de regreso al hospital. Sigue dormido. Le ruego que no se enoje cuando se despierte, pero que tuve que tomar esa decisión, pues no le echó ganas. Espero que comprenda, que comprenda que puede volar otro día, que no me iba a sentir bien viéndolo partir tan cansado. Hay mucho tráfico. Sacha respira normal, profundamente, ocasionalmente ronca. Se deja caer sobre mi hombro. No lo rechazo. Dejo que descanse. Me duele verlo tan cansado. Me duele pensar en su tumor, pensar que puede seguir la misma suerte que mi hermano. Se ve incomodo sobre mi hombro. Le digo que se puede acostar sobre mis piernas. Me duele verlo tan cansado. Nunca he tenido un amigo dormido sobre mis piernas. No me molesta. Me da gusto y siento un poco de felicidad al poder hacer algo por el, aunque sea ayudarlo a descansar en lo que llegamos al hospital. Estoy tranquilo. Le llamo a Sara para pedirle que me ayude a cancelar su vuelo, a posponerlo. Me ayuda, lo hace. Volveremos a intentar en 3 días.

Llegamos al hospital. Lo trato de despertar. No quiere. Me recuerda a amigos borrachos cuando no cooperan para bajarse del coche. Le hablo fuerte, lo sacudo, no despierta. Con mucha calma, le pido al de seguridad que traiga una silla de ruedas y que me ayude, pues mi amigo esta bien jetón. Le digo «tidur besar«. Tidur es dormir y besar es grande; supongo que hace sentido. Entre los dos tratamos de sacarlo del taxi y subirlo a la silla. No despierta. El taxista nos ayuda, pero aun así nos cuesta mucho subirlo. Pesa muchísimo. No coopera nada. Ellos lo jalan de los brazos, yo empujo desde abajo. Por fin lo logramos. El de seguridad se lo lleva en lo que yo pago el taxi. Mientras cuento el dinero me doy cuenta que mi pantalón y guayabera están babeados. Me río, pinche Sacha me babeó. Al rato que despierte lo bulearé por esto. Saco sus cosas de la cajuela. Regresa el de seguridad. Me dice que dejó a Sacha en Urgencias. Camino hacia Urgencias pensando que no era necesario, que probablemente podíamos volver al cuarto que tenia en el cuarto piso, donde las enfermeras ya lo conocen, saben qué le gusta comer y donde la cortina ya esta quemada por un cigarro.

Llego a Urgencias. Sacha sigue hundido en la silla de ruedas, sentado como si estuviera bien borracho. Los doctores me miran, me preguntan qué tiene. Con toda tranquilidad, les contesto que está dormido, que se durmió camino al aeropuerto y que sólo está dormido. Me dicen que no está dormido. Me preguntan cuanto tiempo lleva así. Les digo que casi una hora. Me dicen que no está dormido. Me empiezo a dar cuenta que algo está mal. Empiezo a retroceder para darles espacio, para no estorbar, para salir de Urgencias. Con mi espalda abro la puerta, mientras les digo que estaré afuera si necesitan algo, si tienen dudas. Una enfermera le grita «¡Mister! ¡Mister!» y alcanzo a escuchar un par de cachetadas. Me siento en la sala de espera. No pasa ni un minuto. Me llaman. Me pongo de pie pensando ¿por qué me llamarán, si ni sirvo para detectar que mi amigo no está dormido? Alrededor de Sacha hay cinco doctores, todos más chaparros que yo. En Bali todos son chaparros y, curiosamente, los hombres son tan chaparros como las mujeres. No logran subirlo a la camilla. Pesa mucho. No colabora. Piden mi ayuda. Nos cuesta mucho, pero logramos subir a Sacha a la camilla. Regreso a la sala de espera. Mi lugar está a tres metros de la puerta de Urgencias. Pasan dos minutos. Me vuelven a llamar. Entro. Veo a un doctor, sudando, haciéndole RCP. Sé lo que le está haciendo, pues Sacha y yo tomamos un curso de primeros auxilios juntos, pero no entiendo por qué lo está haciendo, si mi amigo sólo está dormido. El doctor me reitera que no está dormido. Que sufrió un ataque bla bla bla. Le pregunto: «¿un infarto?» Me contesta: «algo como un infarto». Me dice que tiene que hacerle RCP, que si se lo autorizo. Le digo que sí. Regreso a mi lugar. Veo a una enfermera salir apurada de Urgencias. Minutos después sale otra. Vuelve una con un tanque. Vuelve la otra con un aparato misterioso. La escena se repite varias veces. Cada vez vuelven con un objeto distinto, siempre apuradas. Mi amigo no está dormido. Algo grave está pasando. No sé qué hacer. No sé qué pensar. No sé qué mirar. Mi amigo no está bien. Pero ¿está tan mal como para alarmar a su madre? Entre las manchas de baba se hacen manchas de lagrimas. Son las 5am en México. Me vuelven a llamar. Ahora esta desnudo sobre la camilla y veo que le están metiendo una sonda por el pene. Sigo en shock. No me da asco ver su pene, pero no entiendo por qué le están haciendo eso, ni pregunto. Me dice un doctor que mi amigo no está bien. Que no logran resucitarlo y que necesita intervenir un anestesiólogo. Que si autorizo el procedimiento. Autorizo el procedimiento. Regreso a mi lugar. Mi amigo no está bien. No sé qué hacer. Creo que es momento de avisar. Pero para qué avisar. Qué puede hacer alguien más. Que puede hacer alguien tan lejos. Sarita me pregunta si ya le avise a su madre. No. ¿Lo hago? No sabe. Son las 5am en México. Además, qué puedo decir. ¿Que mi amigo no está dormido? Decido comunicarme con su madre. No lo logro. Seguro está dormida. Le mando un mensaje pidiendo que me llame. Mando un mensaje a un grupo de amigos que hemos estado manteniendo informados de nuestro viaje. Les pido que recen, que manden buena vibra, que hagan lo que puedan para que Sacha despierte. Su mamá me llama. Le explico lo que sé. No sé nada, solo que no está bien. Sacha sale de urgencias sobre la camilla, lo llevan a otra sala. Sin hablar, sin pararme, paralizado, veo como se lo llevan. Un doctor me dice que le van a hacer unos escans, que si lo autorizo. Digo que sí. Pasan 15 minutos. No sé nada, no entiendo nada. Mi amigo estaba echando una siesta, solo estaba cansado, nada nuevo. Algunos amigos empiezan a despertar. Mandan buena vibra. Algunos rezan. Pienso que les arruiné el día.

Se me acerca una señorita de la administración del hospital. Está apenada. Nos había visto salir sonrientes del hospital unas horas antes. Igual que yo, no entiende. Me informa sobre los costos potenciales, pregunta quien va a pagar. Le digo que yo. Me lleva a la caja para que dé un deposito de cincuenta millones de rupias (mi moto costó cinco millones). La cifra me deja un poco pendejo pero afortunadamente pasa mi tarjeta. Al menos para eso soy bueno.

Regreso a mi lugar. Trato de enfocar mi mirada en una columna blanca que tengo en frente. Trato de no cruzar la mirada de nadie. Veo las manchas de baba que me dejó mi amigo, las lagrimas que han caído encima. Pasa media hora más. Vuelve el anestesiólogo. Me dice que Sacha ya está estable. Suspiro. Sonrió. Le agradezco. Mi amigo está bien. No escucho lo demás. Pregunto si hay algo que pueda hacer, si tiene sentido que me quede en el hospital. Me dice que no, que me vaya a descansar. Entro a Urgencias. Agradezco a todos, a las enfermeras, a los doctores y en particular al doctor que empapado en sudor le dedicó toda su fuerza y energía a hacerle RCP. Sé que no es algo fácil, que implica un gran esfuerzo físico, pues tomé un curso con Sacha al respecto. Le digo que es un crack y que lo aprecio mucho. Le pregunto a la administradora si puedo dejar la mochila de Sacha en el hospital, en lo que me mudo a Denpasar. Me dice que sí e indica donde. Me regreso a Canggu.

Manejando camino a casa sólo pienso en lo mal que nos salió ese viaje en taxi al aeropuerto. Voy trepado sobre Chinta Besar, que aún me cuesta manejar, pues tiene sólo un par de días que aprendí a usarla. En los semáforos se me apaga o jalonea. Se me dificultan los cambios de velocidad. Me duele la cara. Sacha debería estar manejando esta moto, no yo. Sacha solo estaba dormido. ¿Como pasó de estar dormido al RCP? ¿a tener una sonda en el pene? En un estado de trance llego a Canggu y poco después me duermo.

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Miércoles 9 de septiembre.

Me despierto temprano pero cansando. Me baño, visto y le pido a Putu que me prepare unos huevos. Mientras desayuno y tomo un cafecito actualizo a Putu y Lela sobre el estado de Sacha. No lo pueden creer; a penas el otro día lo vieron subirse a la moto. Le digo a Lela, la hermosa princesa balinesa del Ketapang, que probablemente decida mudarme a Denpasar, pues conviene que esté cerca de Sacha, además de que me canso mucho y siento que no voy lo suficiente concentrado como para andar en moto. Aun con estas ideas en la cabeza, sólo empaco mi traje de baño, mi cepillo de dientes, agarro mi casco, me subo a Juanita Chantik y me voy al hospital.

Cuando voy entrando a la unidad de terapia intensiva me encuentro a la neuróloga. Ella me confirma que Sacha no está bien, aclarándome que no sufrió un paro cardíaco, sino un paro cerebral provocado por una alta concentración de sangre en la cabeza, que hizo que el tumor presionara fuertemente el tronco del cerebro haciéndole perder el conocimiento. No puede decirme si va a estar bien. Está muy apenada, yo también.

Paso a saludar a Sacha. No se ve bien. Su color es amarillento, sus parpados están irritados, ligeramente abiertos, rodeados de lagañas; los ojos inundados de lagrimas. Está conectado a miles de cables y solo respira gracias a una bomba de aire. Le platico un rato. Le digo que Lela se veía guapísima por la mañana, que tanto ella como Putu le mandan un fuerte abrazo. Que curiosamente no había olas en Echo Beach, pero que el Grocer & Grind y la terraza que da al mar ya estaban llenos de güeras bonitas.

Me siento un rato en la sala de espera. Decidí empezar a leer Robinson Crusoe y me está gustando. Paso a ver a Sacha para contarle y me encuentro a un doctor, el anestesiólogo de la noche anterior, quien me dice que aún es difícil saber la extensión del daño sufrido, pero que tiene la esperanza de que recupere el conocimiento y sus capacidades motrices. Concluye diciéndome que en el transcurso del día sabrán más.

Regreso a la sala de espera, leo otro capitulo -al joven Robinson ya lo espantaron las tormentas- y, después de un rato, para distraerme y considerando que es algo que tarde o temprano tendré que hacer, salgo a caminar por las calles de Denpasar en busca de un hotel barato cerca del hospital. A unos cien metros encuentro una opción súper económica pero súper deprimente. Sé que si estuviera con Sacha seria nuestra elección; después de 5 meses por Indonesia ya no nos molestan los lugares feos, sin agua caliente, sin aire acondicionado, sin baño en el cuarto, con nasi goreng de desayuno. Mi hábito ahorrador me lleva a reservar una habitación, pero mis ganas de poder deshacerme de todas las sensaciones terribles de mi cuerpo me hacen pensar que conviene buscar un hotel con alberca. Continuo con mi búsqueda. Hace un calor bestial y estoy sudando como marrano. Llegó a un hotel que se ve bastante bien, con una deliciosa alberca, una recepcionista muy linda y amable y cuartos no excesivamente caros; solo me parece que está un poco retirado y que probablemente encuentre una opción más cerca del hospital al mismo o menor precio. Se me ocurre que podría hablarle a Constance; había escuchado que trabajaba para una cadena de hoteles de los cuales hay uno justo frente al hospital. Quizás ella me podría conseguir una buena tarifa, ¿pero qué le digo? ¿como justifico el favor que le pido? No dudo que me ayudaría, pero me entristece pensar en la conversación que tendríamos que tener. Paso a ver un par de hoteles más, todos igual o más caros, pero sin la amabilidad de aquella recepcionista. El último que visito es el de la cadena de hoteles para la que trabaja Constance, pero resulta que no tiene alberca. Me olvido del dilema y, por un rato, me olvido de Constance. Agotado y empapado, me rindo y acepto que el primer hotel con alberca que visité es la mejor opción. Paso a cancelar mi reservación y regreso a saludar a Sacha, me instalo en la sala de espera, me entretengo con el celular, con el personal administrativo. Se me va el día entre el paseo, la sala de espera, la tiendita del hospital y la unidad de terapia intensiva.

Ahora en la sala de espera también está una familia musulmana que, como yo, la está pasando bastante mal. Varias mujeres lloran, los hombres sólo conversan o se mantienen en silencio. Los niños y niñas me observan con curiosidad. Yo observo a la familia con curiosidad, pues hay una mujer cubierta de pies a cabeza, con solo una pequeña ventanilla que permite ver el lugar donde tiene los ojos. Pero estos no se pueden ver, pues siempre están cerrados. Solo veo como a ratos se convulsiona su cuerpo mientras los ojos permanecen cerrados. La familia ha traído varios toppers con arroz y diferentes guisos. Traen platos desechables y diferentes bebidas. A veces llegan otras personas y se sientan a conversar, a beber y comer un poco. Los niños tratan de distraerse jugando y de vez en cuando los regañan por estar causando demasiado alboroto. Pasan varias horas, oscurece, me voy a la tiendita por una coca y unos M&Ms de cacahuate; mi dieta favorita en estos días.

A veces, sin poder frenarlo, chorros de agua se escurren de mis ojos, empapando mis cachetes, mi camisa, hasta el piso. Luego se detienen. En otras ocasiones me convulsiono como la señora musulmana. Tratando de controlarme, me pongo a chatear con alguien en México o en Europa. Me tranquilizo. O llega alguien de la administración a pedirme una firma, un pago, a explicarme algo. También me tranquiliza. Me llama el anestesiólogo para decirme que la condición de Sacha parece haber empeorado en el transcurso del día; que ya no encuentra los reflejos que debiera tener y que su cerebro parece estar rindiéndose. Añade que para saber bien es necesario que su caso lo revise un neurocirujano, pero que esto tiene un costo y que necesita mi autorización. Consulto a su madre y le doy la autorización.

A las 9pm, el cirujano me pide que pase a verlo. Como lo saludo en indonesio, supone que lo hablo perfecto y empieza a explicarme la situación en su idioma. Trato de entender pero después de un rato lo interrumpo para confesarle que mi nivel no da para tanto. Pasa al inglés, aunque a veces se le vuelve a olvidar y me habla en indonesio. A mi se me olvida que no lo hablo y lo dejo hablar, pues en inglés o en indonesio solo entiendo que ya no hay esperanza. Me indica que, efectivamente, el cerebro se está rindiendo y que es cuestión de días antes de que fallezca Sacha. Que aunque podría operar el tumor, no serviría de nada, que Sacha seria un vegetal. El doctor es sincero, directo, claro y hasta simpático. Me mira siempre a los ojos, me pregunta cómo aprendí indonesio, le cuento sobre la odisea que hicimos Sacha y yo por su bello país. Se toma su tiempo para escuchar, para aclarar mis dudas. Ya es tarde así que le agradezco por su tiempo, por su paciencia, por su sinceridad y me despido.

Decido que es hora de ir a mi nuevo hotel, descansar tantito, ver una peli o un talk show indonesio. Me gustan los talk shows, siento que entiendo bastante y aprendo mucho. Paso a despedirme de Sacha, a decirle que me daría gusto que se recuperara, pero que también entiendo si está hasta la madre y prefiere dejarse ir. Paso a ver a la de la administración para recoger la mochila de Sacha y pedirle que me ayude comprobando que hay una habitación disponible en el hotel que me había gustado. Me confirma que me están esperando.

Cuando llego al hotel ya son como las 10pm. Me importa poco que la alberca esté cerrada y me echó un clavado. Aprovecho la impenetrabilidad del agua para gritar, para desahogarme y llorar. La recepcionista parece entender mi dolor, no me dice nada cuando me ve pasar goteando frente a la recepción; solo sonríe tímidamente. Me cuesta trabajo quedarme dormido. Mi cabeza va a mil por hora. Veo una peli, otra, algo de tele, la apago, trato de dormir. Son más de las 3am cuando por fin lo consigo.

Al despertar descubriría que durante sus noches en el hospital Sacha había escrito un largo relato despidiéndose de su madre, de mi, de la vida y expresando lo satisfecho que estaba con ella y deseando que no fuera muy difícil para quienes nos quedamos a verlo partir.

Aquí la IV y última parte de esta historia y aquí un vídeo que nada tiene que ver, para cambiar de sabor de boca.

 

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