La Caída de un Titán. Parte I.

Después de cuatro días bajo la influencia de su compañía (varias latinas muy guapas, una tai que se decía holandesa y un catalán a toda madre), Sacha decidió que era momento de echar una pedita. Compró una botella de Tequila, orgullosamente producido en Bali (por lo que en realidad debiera escribirse y pronunciarse Tekuila) y una de Ron, del mismo origen y dudosa apariencia. No nos habíamos emborrachado desde aquella boda de Clarita y Vasco en Uluwatu que sirvió de excusa para venir a Indonesia. Le habíamos perdido el gusto a eso que en México hacíamos con frecuencia; llevábamos una vida sana.

IMG_0849

Nos reunimos en el Hostal Tri Putri, al que yo me refería como el Hotel Ruanda, quizás por el tremendo contraste que veía con el bello Hotel Segare Anak, donde yo había preferido hospedarme con la bella Sarita luego de los cuatro días que pasamos durmiendo en la cubierta de un barquito que tomamos de Komodo a Lombok. Sacha, como era su costumbre, antepuso la compañía al confort y vivía feliz con dos divinas mujeres que habíamos conocido semanas antes en Flores: Oihane y Leila.

IMG_0847

Para pasar lo asqueroso de cada caballito de Tekuila había limones y sal, buena música y, sobre todo, un gran grupo de nuevos amigos. Con muchas risas y caras chuecas fuimos conociendo a quienes, como Sacha y yo, habían decidido pasar un tiempo en Kuta, Lombok; algunos disfrutando de las olas, otros de las playas, todos de la tranquilidad y belleza del lugar y de su gente. Para nosotros era como volver a aquel Puerto Escondido que conocimos en la adolescencia, de hoteles pequeños, terracerías, changarritos, locales acogedores y diversión subjetivamente sana.

DCIM102GOPRO

Al terminar la primera botella, Sarita y yo, por miedo al sufrimiento del día siguiente, a tener que caminar de regreso a nuestro hotel y dejar atrás a Juanita Chantik y, no lo niego, al asco que se avecinaba con la apertura de la botella de ron, decidimos despedirnos.

Aún así amanecí golpeado y arrepentido, pensando en lo agradable que había sido cada mañana desde que salimos de México y dejamos de beber. Sacha amaneció peor. Pasamos el día en la playa, nadando, bebiendo agua y jugos revitalizantes, pero el dolor de cabeza se le quedó.

A pesar de su arraigada cruda, Sacha disfrutó mucho de los días en Kuta, rodeado de personas magnetizadas por su buen karma. Cuando nuestros amigos dejaron Lombok, decidimos que era hora de retomar el camino y Sacha, deseando como de costumbre emprender actividades de esfuerzos sobrehumanos, quiso que escaláramos el volcán Rinjani. A mi me daba miedo la idea: mi condición física no llegaba ni a los talones de la suya y había escuchado de unas holandesas bastante atléticas que conocimos en Sumba que el dolor muscular hasta había hecho llorar a una de ellas. Como muchos otros retos que Sacha me había puesto durante el viaje, decidí aceptarlo y ayudarle a organizar la logística que implicaban los tres o cuatro días de ascenso.

El lunes 31 de agosto debíamos partir a Sembalun Lawang, un pueblito sobre las faldas del volcán Rinjani, pero en la noche del domingo su dolor de cabeza se intensificó y cuando desperté al día siguiente, Sacha me pidió que lo acompañara a platicar con un médico. Fuimos a la clínica del pueblo, donde primero hablamos con dos enfermeros o pseudo-doctores, que, reconociendo los atributos de algunos mexicanos en estos deportes, preferían hablar de box y fútbol que atender a Sacha. Después de un rato de cotorreo, uno de ellos nos guió en su moto a otra clínica, donde un doctor balinés muy profesional le recetó unos desinflamatorios y paracetamol. Sugirió además que, si pasados dos o tres días no se sentía mejor, fuera a alguno de los hospitales importantes de Bali a hacerse una resonancia magnética. Decidimos posponer el ascenso del Rinjani por un par de días y disfrutar de la playa Tanjung Aan, bajo una palapita del Warung Turtle, atendidos por su personal siempre sonriente y acogedor. Recuerdo las ganas que Sacha tenía de meterse al mar con una tabla de paddle y cómo yo se lo desaconsejaba, considerando que el esfuerzo físico, pero sobre todo la insolación, serían contraproducentes a su recuperación. Pasamos dos largos días bajo esa palapa, conversando, abordando temas muy variados; algunos muy profundos: lo que haríamos después del viaje; como mantendríamos este estilo de vida viajero; lo cegados que sentíamos a algunos de nuestros amigos, ahogados en estrés laboral o en el que les ocasionaban sus parejas; el cáncer de mi hermano y el de mi tío Bent; el doctorado que Sacha estaba considerando hacer; su deseo de vivir un rato en Líbano aprendiendo árabe; la posibilidad de que se quedara con mi padre en Teherán; la absurda amenaza que le acababan de  hacer los de la Secretaría de la Función Pública, siempre al acecho de peces flacos; lo importante que era no pensar muy a futuro y disfrutar de cada día; el campamento de muay thai al que quería llevarme y cómo me iba a poner a correr todos los días para que llegara sano y fuerte a la madriza que yo tanto temía; las maravillosas personas que habíamos conocido a lo largo del camino; el espíritu luchador, fiel y honorable de su moto, Chinta Besar, a pesar de sus numerosas fallas mecánicas;  lo increíble que había sido volar a la Luna; lo importante que era mantener la filosofía del “GoingNoW”; el curso de meditación que a petición mía haríamos en Myanmar; la puerta abierta que según el teníamos para trabajar en una ONG en Nepal; el monzón que estaba por llegar a Java y Sumatra; las paradas que haríamos rumbo a Yogjakarta y Batu Karas; lo bonito que sería encontrar un lugar agradable para formalmente ponernos a estudiar indonesio; lo decepcionado que yo estaba con mi libro, Oblomov, que había resultado ser una novela de amor; las ganas que en adelante yo le echaría para acompañarlo todas las mañanas a surfear; y otros que ya no recuerdo.

DCIM102GOPRO

Al atardecer regresábamos al hotel y pasábamos un rato en la alberca, yo le dedicaba un rato a Internet y el, a platicar con nuestro vecino canadiense o a echarse una siesta. Por las noches salíamos a comer y, al volver, yo me dormía y el, consciente que por las noches solía volver su dolor de cabeza, se ponía a googlear lo que pudiera estar ocasionándole esos males, para muy tarde rendirse y dormirse sentado, pues había descubierto que amanecía con menos dolor de cabeza si descansaba en esa posición. Llegó a comentarme algunos de sus hallazgos, los cuales yo descartaba diciéndole que identificarse con síntomas de enfermedades descritas en la Web era como leer los horóscopos. (Yo había hecho lo mismo un par de meses antes cuando juraba que mis síntomas febriles encuadraban con los de la malaria y el dengue.)

La mañana del miércoles 2 de septiembre, Sacha me pidió que nos olvidáramos del Rinjani y fuéramos a Bali, pues no había logrado dormir bien y estaba ya convencido que las medicinas recetadas por el doctor no estaban sirviendo de nada. Desayunamos con calma, le aseguré que no tenía ningún inconveniente con sacrificar el ascenso al volcán ni en pasar unos días en Bali. Con la lentitud que yo ya consideraba normal en Sacha cada vez que debíamos dejar un hotel, empacamos nuestras cosas y dejamos Kuta, tomando a petición suya el camino más rápido y conocido al puerto de Lembar, pero a una velocidad bastante más lenta que la que habíamos adoptado desde que Peter, con Rayo Athul, se separó de nosotros en Rote. Nos detuvimos una sola vez a estirar las piernas y descansar tantito; no era un trayecto largo como los que ya estábamos acostumbrados a recorrer. El se tomó un Red Bull y yo una coca.

DCIM102GOPRO

Eran las 13.30 hrs cuando llegamos a la terminal marítima de Lembar. Me informaron que había un ferri próximo a zarpar y que en unos minutos empezaría la venta de boletos. Nos formamos y mientras esperábamos, Sacha aprovechó para comprarse unas papitas y una coca. Nos alegramos cuando la fila empezó a avanzar, pero justo cuando llegamos a la caseta cerraron la pluma y nos pidieron que esperáramos al siguiente ferri, que zarparía en una hora. Acostumbrados ya a tomarnos las cosas con calma y sin prisas, aceptamos la noticia y nos sentamos al pie de la taquilla, agradecidos al menos de estar a la sombra -comodidad que muchos de los que llegaron después no tenían. Ansioso por terminarla, me puse a leer mi novela de amor y Sacha, cuyo déficit de sueño era ya evidente, se dispuso a echar una siestesita. A ratos se despertaba y descubría a un indonesio manoseando su moto, cosa que hacían con frecuencia y que el nunca lograba ignorar. Por fin dieron las 3 pm y se abrió la pluma. Pagamos nuestros boletos, retomamos nuestras posiciones sobre las motos, encendimos los motores y nos fuimos felices por el camino que nos habían indicado en la caseta. Doscientos metros después nos encontramos con otra pluma y, luego de esperar una media hora, nos enteramos que el ferri no zarparía antes de las 5 pm; noticia terrible que también aceptamos con resignación. Retomé mi lectura y Sacha su siesta, esta vez sin siquiera bajarse de la moto ni quitarse el casco; simplemente con los pies firmes sobre el suelo y la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás.

DCIM102GOPRO

Me dolía verlo así, tan cansado, pero suponía que solo era cuestión de llegar a Bali, que durmiera bien, que los doctores le recetaran algo mejor y, sobre todo, que lo reconfortaran y le apaciguaran las ideas pesimistas que había estado entreteniendo.

Por fin abordamos el ferri y, entre siestas y lectura, retomamos algunos de los temas que habíamos tocado bajo la palapa del Warung Turtle. Hacia tiempo que no platicábamos tanto, tan seriamente. Recuerdo que en Batu Karas lo solíamos hacer; que en Yogjakarta yo temí tener una terrible enfermedad y que eso también despertó conversaciones profundas; que entonces el había jugado muy bien el papel reconfortante que ahora yo intentaba jugar para él.

IMG_0868

Algo pasó en la terminal de Padang Bai que obligó a nuestro ferri a fondear justo antes de llegar a Bali. No fue hasta las 10pm que levó el ancla y atracó. Eran las 11.30 cuando por fin llegamos a nuestro hotel de confianza en Canggu, el Ketapang Guesthouse. Risueña, la diosa balinesa/recepcionista Lela abrió la puerta de su cuarto en la planta baja y se sorprendió muchísimo al ver que la noche le había traído dos huéspedes de aspecto familiar, solo mucho más barbudos. Estábamos exhaustos pero no habíamos ingerido nada sustancioso desde el desayuno en Kuta. Luego de agradecerle a Lela e invitarla a que se volviera a dormir, nos fuimos en busca de comida, dando con unas jugosas hamburguesas con tocino que nos enmudecieron hasta el día siguiente.

Cuando volvimos al Ketapang yo me dormí enseguida. Sacha aprovechó del desfase horario para hablar con su neurólogo en México, quien le confirmó que era buena idea ir al hospital por una resonancia magnética. Entró al cuarto y, esforzándose por no despertarme, acomodó varias almohadas contra el respaldo de su cama y se durmió sentado.

3 comentarios en “La Caída de un Titán. Parte I.

  1. Pingback: La Caída de un Titán. Parte II. | Gôin̉gṆỡẈ

  2. Pingback: Down the corporate ladder and up the yard ladder | Gôin̉gṆỡẈ

Deja un comentario