El Transiberiano corporativo

En agosto de 2012 publiqué el último de los pocos relatos que logré escribir sobre Sovietilandia; un proyecto que, curiosamente, había comenzado con mucho entusiasmo y pretendía, al menos, introducir al lector al peculiar mundo del tren que va de Moscú a Vladivostok. No alcancé a describir las diferentes -y muy distintas- categorías que ofrece el Magistral, los peligros no tan obvios del vodka, las bondades de los samovar, la austeridad de la dachas, la cultura del gargajo chino, los mongoles con didgeridoo integrado ni los manjares de lengüitas de pato en gelatina, alacranes fritos y maruchans con salsa habanera. Por encima de esto, fallé en no concluir, en no demostrar que, contra toda apariencia, los sovietilandeses son gente buena y que la aventura del Transiberiano merece la madriza.

No me desaparecieron ni me entambaron; tampoco me secuestraron o asesinaron; ni me volví militar y menos asceta; no me case ni tuve chamacos; tampoco me enfermé ni morí. Sin querer queriendo, simple y sencillamente, el 3 de septiembre de 2012 me subí a un Transiberiano corporativo: un tren que, contrario al Transibirski Magistral, llena tu cartera pero que, al igual que este, drena tu tiempo y te mantiene cansado, sin ganas de hacer gran cosa al llegar a la parada; un tren que requiere desensibilizantes para sobrellevarlo; un tren que ofrece una visibilidad muy limitada hacia el mundo exterior, mas justo la suficiente para desear estar afuera en lugar de abordo.

El día que los Sovietilandesitos regresaron a clases, yo empecé un trabajo de tiempo completo como abogado interno de una compañía de exploración petrolera y, sin darme cuenta, quedé como un caballo con anteojeras, dirigido por un ser de otra especie; por ese jinete que unos llaman el sistema, otros, el capital; a veces lo normal, otras, la vida.

Por varios años me convencí que el jinete era un buen guía, que era mi amigo y que tenía mis intereses en alto. Todos los días en la caballeriza eran iguales: mismo corral, mismos colegas, mismos paseos, mismos cubitos deliciosos de azúcar. A pesar de los años acumulados de amaestramiento, de tanto caminar viendo tan solo la zanahoria pendiente, aquel jinete tornó pesado y empezó a lastimarme la espalda. Las anteojeras, diseñadas para no distraer mi atención de los documentos impresos y electrónicos de mayor aridez (así como los documentos mismos) comenzaron a lastimarme la vista. Terrible también: la dieta, consistente en puros alimentos de altísimo contenido energético, con la contradicción de que toda la energía debía consumirse en el corral o bien, enchufándome a un carrusel al terminar la jornada o antes del amanecer.

Los cubos de azúcar ya no eran suficientes para compensar la caída de ánimo ni de salud, mucho menos la impuesta ceguera.

Después de meses ponderando las miles de excusas para no hacerlo, hace 3 semanas me bajé del Transiberiano corporativo y ahora voy de regreso a aquellas estepas sobre las que nunca llegue a narrar. El objetivo: reflexionar sobre la forma en que quisiera pasar los próximos 50 años, haciendo un mayor esfuerzo a aquel que hice cuando, con tremenda ligereza, apliqué para una carrera sin haberme preguntado en qué consistiría el día a día de la profesión correspondiente; conforme con la mera descripción general -seguido idealizada- que algún jinete me dio.

Dejo mi México lindo y querido ahogándose en una inmensa crisis, donde la corrupción, el abuso de poder y la inseguridad harían difícil lograr la emancipación que anhelo. Lamentablemente, estos males, sumados a la intolerancia, xenofobia y el racismo actuales, también limitan los destinos. De ahí que las estepas se presenten tan atractivas y Bali, como un buen punto de partida. En ocasiones iré a paso, otras a galope, pero siempre serpenteando por todo lo que merezca ser contemplado, saboreado, inhalado, palpado o escuchado.

No prometo retomar el hábito de escribir en este u otro blog porque también quisiera liberarme de la computadora, del feis, wassap, correos, esemeses, aicikius y demás medios de comunicación incesantes; pero de retomarlo, sólo será porque quise y espero les agrade.

2 comentarios en “El Transiberiano corporativo

  1. Ojalá que las miles de aventuras que vivas del otro lado del mundo lleguen al teclado y a este blog para que, los que seguimos en el transiberiano corporativo, podamos al menos imaginar y/o recordar las verdes y calurosas pasturas asiáticas y sentir por un momento que nuestro universo y nuestra realidad va más allá de las fronteras de nuestra bandeja de entrada… Abrazo

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  2. Pingback: En el mar, la vida es más sabrosa | Gôin̉gṆỡẈ

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