Escribí el siguiente texto hace un par de semanas. Por falta de internet y tiempo no lo había podido compartir.
Nos encontramos ahora en Labuhan Bajo, un pequeño puerto en el extremo occidente de la isla de Flores, campechaneando burocracia y buceo, esperando sea resuelto un problemita que tenemos con nuestras visas, el cual, nos advierten, puede tomar entre una y dos semanas debido a su “tremenda complejidad”. Para explicarlo debo brincarme algunas etapas de «La Carrera por las visas» y remontarme al momento en que salimos de Indonesia, hace poco más de un mes.
A las 13 horas del 6 de julio, 3 días antes de que vencieran nuestras visas y luego de haber recorrido las islas de Bali, Lombok, Sumbawa, Flores y unos terribles caminos en Timor, llegamos al rascuacho puesto fronterizo de Mota’ain, cerca del puerto de Atapupu, a ver si con tantita suerte Juanita Chantik, Chinta Besar, Rayo Athul, Peter, Sacha y yo lográbamos entrar a Timor Oriental. La frontera cerraba a las 16hrs.
El tema migratorio no nos preocupaba tanto como el aduanal: varios blogs nos habían advertido que para llevar unas motocicletas indonesias a Timor Leste debíamos cumplir con una serie de requisitos y pasos burocráticos, como obtener de la policía en Atambua una autorización para hacerlo y luego, de la autoridad aduanera en Atapupu, un permiso de exportación temporal. La policía, supuestamente, requeriría ver i) una licencia internacional o indonesia para conducir motocicleta; ii) la matrícula de circulación original; y iii) el libro que demuestra la propiedad de la moto o el consentimiento escrito del dueño para sacarla del país.
Respecto de la licencia internacional, Peter era el único que la tenía, aunque, me parece, solo le autorizaba a conducir autos. Sacha y yo no veíamos forma de obtenerla estando ya en Indonesia y nuestro esfuerzo por obtener unas locales se vio frustrado cuando en la oficina de licencias de Kupang nos informaron que se les habían agotado los plásticos donde las imprimen.
Con mucho orgullo, Sacha y yo podíamos presentar las cédulas de matrícula y libros de propietario originales, pues hasta estábamos seguros que los impuestos estaban al corriente; Peter en cambio, le había prometido al dueño de Rayo Athul que esta no saldría de Bali y solo contaba con una copia de su matrícula.
Al no poder satisfacer la lista de requisitos, pasar a Atambua o Atapupu nos pareció un gasto innecesario de tiempo y paciencia, así que nos fuimos directo a la frontera como quien va por primera vez al Departamento de Equivalencias y Revalidaciones con la ilusión de revalidar la maestría que hizo en el extranjero.
El primer control fue con la policía y todo pintaba mal. Unos hombres en chanclas, shorts, playeras desgastadas y kachamatas (lentes de sol -y mi palabra favorita- en indonesio), que según ellos eran policias, riéndose, nos dijeron que debiamos regresar a Atambua a tramitar la autorización de salida de Juanita Chantik, Chinta Besar y Rayo Athul, ofreciendo mandar a un amigo a hacerlo por nosotros a cambio de una lanita. Seguimos unos pasos en busca de un uniformado y dimos con el oficial Clementino Rosas quien, en un perfecto indonesio, nos dio a entender que si Aduanas no tenia broncas con dejarlas salir, el también daría su venia.
Ilusionados pero escépticos con lo que habíamos entendido del oficial Rosas, nos subimos a las motos y partimos en busca de la oficina de aduanas. A unos doscientos metros llegamos a un edificio con varias ventanillas, donde primero nos entrevistamos con unos militares, quienes luego de unas cuantas preguntas, anotaron ciertos datos en su bitácora y nos invitaron a pasar a siguiente ventanilla, que era la de migración. Aquí nos rodearon indonesios, como hormigas que se amontonan sobre una migaja de pan dulce en el suelo o moscas que descubren una caca fresca. Nos hacían miles de preguntas, ofrecían su ayuda, sus plumas e incluso llenar los formularios por nosotros; apoyo que Sacha aceptó hasta detectar que su escribano no dejaba de cometer errores.
Tanta gente, la velocidad con la que migración revisó y selló nuestros pasaportes, así como la prisa que teníamos por pasar a las gestiones aduanales hizo que no le prestáramos mucha atención al trámite y proseguimos a la tercer ventanilla, a ver como recibían la noticia de que Juanita, Chinta y Rayo también iban a Dili.
La noticia sorprendió tanto a los de aduanas que no estaban capacitados para procesarla. Nos señalaron un edificio independiente donde hallaríamos a alguien que podría atender -o al menos entender- nuestra solicitud. En esta, luego de un primer dialogo, nos confirmaron que debíamos ir a Atapupu a trámitar la exportación temporal de nuestras motos. Acatar esta instrucción, considerando que eran casi las 2pm, implicaba aceptar nuestra derrota y volver hasta Atambua a dormir, porque ni en Mota’ain ni Atapupu parecía haber hotel o siquiera un losmen (posada), además de meternos en un problema migratorio potencial, pues nuestros pasaportes ya tenían los sellos de salida, y de abrir la puerta a la posibilidad de tener que dejar atrás a Juanita, Chinta y Rayo. Decidimos luchar por convencer al personal de aduanas de que nos hicieran el favor de hacer una excepción.
Echamos todo el encanto mexicano al asador, sonriendo sin parar; alabándolos por su buen nivel de inglés, lo bonito de su país; cotorreando de batminton, de fútbol, del Barça y del Madrid, de Chicharito, Julio Cesar Chávez, de la Selección de Polo indonesia; contándoles de las tremendas distancias que habíamos recorrido con Chinta, Juanita y Rayo, de las ganas que estas tenían de conocer Timor Oriental y lo ansiosos que nosotros estábamos por regresar a Indonesia para seguir conociendo el archipiélago y aprender más bahasa indonesia. Enormemente entretenidos por nuestros esfuerzos por hablar indonesio y convencidos del cariño que le tenemos a su país, se animaron a hacer todo el papeleo para que pudiéramos cruzar la frontera sin dejar a nadie atrás.
En un principio nos autorizaron un paseo de cinco días, advirtiendo que si queríamos más tiempo debíamos solicitarlo en Atapupu, donde estaban los burócratas con firma de mayor calibre. Bromeamos un poco más y accedieron, renuentes, a darnos diez días. Finalmente, quizás por nata bondad o porque temían el trabajo que conllevaría regularizar nuestra situación si no regresábamos a tiempo, nos dieron permisos de exportación temporal por 15 días. Eran ya las 3.15pm.
De la mano de uno de los de Aduanas volvimos con el oficial Rosas, quien, con muchos errores y a cambio de nuestras matriculas de circulación, redactó los documentos que necesitábamos para sacar las motos del país. Además de la confusión en los números de las placas, Juanita era ahora un scooter Yamaha Vario, Chinta, una Honda Supra Fit y Rayo, una poderosa Suzuki Thunder.
Sin tiempo que perder, cruzamos el puente fronterizo e iniciamos la recolección de sellos y firmas con las autoridades de Timor Leste. Aquí todo fue mucho más rápido y en portugués. Empezamos por entregar ciertos papeles que habían preparado nuestros amigos de aduanas para sus homólogos timorenses. De ahí pasamos con el oficial de migración quien, al recibir los pasaportes de Peter y mío, se puso a buscar a España y Dinamarca en el mapita de la Unión Europea que tenía pegado a la puerta de su oficina para, probablemente, confirmar que estaban incluidos en la exclusiva lista de países cuyos nacionales, según un acuerdo firmado a finales de mayo del presente, no necesitaban visa ni autorización previa para cruzar la frontera y pasar hasta 90 días en su país. Hizo lo mismo cuando recibió el pasaporte mexicano de Sacha, pero luego de un gran esfuerzo volvió a la ventanilla a informarle que no había logrado ubicarlo en su mapa y que, por ende, debía contar con una autorización del Cónsul en Kupang si quería cruzar por esta frontera; documento que Sacha produjo además de sus 35 dólares, obteniendo a cambio una visa por 30 días.
Seguimos a un área donde habían, todos apagados, detectores de llaves y monedas como los que uno encuentra en los aeropuertos, así como los tremendos escáneres que descubren las botellas de alcohol que llevas demás. Nos recibió un señor para supuestamente acompañarnos a hacer la inspección física de Juanita, Chinta y Rayo, las cuales se habían quedado abrigadas del implacable sol de la tarde en el estacionamiento donde también estaban las muchas motos del personal de la frontera. Tras recorrer unos 15 metros rumbo al estacionamiento, faltando todavía unos 35, el oficial de aduanas se detuvo a preguntarnos donde estaban nuestras motos, pues le sorprendía no distinguir en el horizonte ninguna Harley, BMW o cualquier moto que considerara digna de unos barbudos aventureros como nosotros. Luego de oír las descripciones de nuestras acompañantes, se rió y sin dar un paso más nos entregó ciertos papeles y regresó a su oficina.
La última parada fue con los militares timorenses, quienes también consideraron importante anotar ciertos detalles en su bitácora y platicar un poco de fútbol, tras lo cual, con mucho orgullo, nos dieron la bienvenida a Timor Leste. Poco antes de las 4pm hora de Indonesia, 5pm hora de Timor Oriental, concluimos las gestiones del cruce y celebramos el instinto mexicano que nos había llevado a ignorar toda advertencia que tuviera el potencial de desanimarnos. Con sonrisas que hasta lastimaban la cara, partimos rumbo a Dili.
Todas las autoridades con las que tratamos esa tarde fueron muy amables y, dentro de lo que cabe, eficientes, sin requerir nada más que nuestra amabilidad y paciencia a cambio.
Volveré pronto con el relato sobre Timor Leste, algunas fotos, la descripción del ridículo procedimiento de la visa para volver a Indonesia y la conclusión del problemita migratorio que nos tuvo arraigados en Labuhan Bajo.