El 21 de junio, 19 días antes de que vencieran las visas, partimos de Kuta, Lombok, tan temprano como pudimos – teniendo en cuenta que Peter «estaba de vacaciones». Recorrimos 90 kilómetros de muy lindos paisajes, sobre todo los tramos en los que fuimos costeando o por las faldas del volcán Rinjani. Camino al puerto de Kayangan nos detuvimos un par de veces, algunas para tomar una coca o comer alguna botanita, otra para ayudar a Peter a ponerse de pie luego de una espectacular caída y una más para verlo meterse al mar a limpiarse las heridas.
Los indonesios son conservadores y sensibles al respeto de sus costumbres y creencias, aún más en Ramadán, así que cuando Peter, entrando al mar en pelotas y gritando a todo pulmón, empezó a atraer la atención de los locales, Sacha y yo nos pusimos nerviosos de que lo fueran a linchar. Un poco por suerte y porque no habían mujeres en la playa, supongo que los lomboqueños no lo consideraron necesario y pudimos seguir nuestro camino.
Cuando por fin llegamos al puerto, el señor de la taquilla se espantó (y rio) al ver los aparatosos rasguños con los que llegaron Rayo Athul y su piloto. Primero el de los boletos, luego los policías y finalmente los vendedores ambulantes convencieron a Peter que fuera directo al kiosco de primeros auxilios, donde una joven enfermera, flaquísima, de burca, braquets y mucho acné, limpiaría y desinfectaría los brazos, rodillas y pantorrillas del pobre bule que el viento le había arrojado.
A pesar de haber llegado con tiempo, por poco perdemos el ferri a Sumbawa, que ya estaba subiendo la rampa y soltando las amarres para cuando Peter, con una enorme sonrisa y paso ligero, salió de la enfermería. Afortunadamente Indonesia no es Suecia y bajaron la rampa para que pudiéramos abordar y encontrar al buen amigo Sacha acomodando su moto, riéndose de nosotros.
Después de dos horas de navegación llegamos a Poto Tano, un lugar desolado que me recordó el paisaje del puerto Kavkaz, al este de la península de Crimea: ciénagas secas, árboles muertos, chosas abandonadas, un viento fuertísimo, caliente, remolinos de polvo y gente buscando esconderse del implacable sol, lo que solo conseguían abordando un auto o camión destinado a alejarse de ahí.
Todo en Poto Tano indica que te has alejado del atractivo mundo turístico; pero el paisaje en Sumbawa cambia rápida y constantemente. A diez kilómetros del puerto, la isla recuperó un poco de verdor y nos empezó a conducir por caminos que hubieran podido pertenecer a tierras mediterráneas en verano. Veinte kilómetros más e íbamos corriendo por la carretera de Acapulco a Ixtapa. Poco después, estábamos de regreso en los arrozales de Lombok o Java y, hacia el final de la tarde, disfrutábamos de las curvas y frescura de la libre a Cuernavaca, solo que al borde del mar.
Curiosamente y a pesar de su tremenda belleza, Sumbawa es una isla olvidada por los promotores turísticos. Para cuando abordamos el ferri, solo la veíamos como una isla a atravesar camino Dili y no como destino en sí. Lo único que sabíamos era lo poco que comentaba la Lonely Planet y que Lakey tenía buenas olas, según nos compartió Andy, un inglés bien buena onda con el que platicamos una noche de peda en Old Man’s, Canggu; noche que, por cierto, merece su propio relato por incluir una nadada bajo las estrellas con más mujeres preciosas que las que se pueden contar con las manos, atención quiropráctica profesional para corregir los daños causados por tantos años frente a la computadora y llevar la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, así como la final de la Champion’s League.
Cuando comenzaba la hora mosquito, que convierte la experiencia de viajar en moto en una pesadilla debido a la cantidad de bichos que se estrellan contra la cara, meten en los ojos y boca, llegamos a Pantai Kencana, un pequeño paraíso a escasos kilómetros de Sumbawa Besar, donde conseguimos un precioso bungalow para pasar la noche, alcanzamos a aprovechar la alberca y cenamos todo lo que en el día no habíamos ingerido.
Habíamos recorrido poco más de cien kilómetros de la isla y nos quedaban 19 días de visa, lo que significaba que si queríamos surfear unos días en Lakey, al día siguiente tendríamos que manejar unos 230 km.
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