Entre decenas de páginas describiendo su belleza natural, John Steinbeck se refirió al Mar de Cortés cómo «un cuerpo de agua largo, angosto y muy peligroso. Con frecuencia ocurren tormentas sorpresivas y malignas de gran intensidad.»
Tal vez sea rebeldía asociada a su juventud (tiernos 5 millones de años), o quizás no es el Mar en sí, sino sus áridos y escabrosos vecinos, o incluso el gigante Pacífico, quienes lo llevan a parecer tan hostil. Pero más probable que no, es que sea una combinación de esto y mucho más. Por eso, para ser justos al juzgar este Mar, merece la pena recordar el entorno en el que nació y creció, así cómo el barrio en el que intenta desenvolverse día a día.
Hace un chingo de tiempo, unos sesenta millones de años para ser cuasi-precisos, la placa tectónica llamada Farallón vino del Pacífico a estamparse contra la placa de Norteamérica. Para mejor entender el encontronazo, imaginemos estas placas cómo dos luchadores de sumo que buscan sacarse del ring… del dohyo. A la placa de Norteamérica le daremos el shikona Norita. Farallón era un rikishi enorme, pesado y de mucha fuerza, mientras que Norita era, aunque marrano también, más liviano y ágil. Durante varios minutos estuvieron abrazados, inclinados hacia adelante, con los pies enterrados en la arena, creando con ellos pequeñas cordilleras. Cada uno buscaba ganarle terreno al otro.

© The Japan Times
Sus brazos patinaban en sudor y al chocar, tsunamis recorrían sus cuerpos y gritos que conmovían hasta las filas más alejadas de las gradas hacían erupción. Atraído por la fuerza de gravedad, Farallón se fue hundiendo en las lonjas resbalosas de su oponente. En un último esfuerzo por sacar a Norita, se inclinó tanto que su chongmage pasó por entre los muslos de aquel y, al no encontrar la fuerza contraria acostumbrada, se fue de cara hacia el piso a tal velocidad que no sólo salió del dohyo, sino que cayó de la plataforma y desapareció entre los espectadores. Al mismo tiempo, Norita, quién no había cedido ni un paso ni menguado la fuerza ejercida sobre el cuerpo de su rival, se vio volar por encima de este, cayendo sobre el shikiri-sen, lejos del borde al que sus pies tanto se habían aferrado. Fue una lucha de titanes a quienes la Tercera Ley de Newton dio una lección inolvidable, y que, volviendo al mundo geológico, produjo la falla de San Andrés y el propio Mar de Cortés.
Así, el encuentro de las placas tectónicas comenzó con actividad volcánica y el crecimiento de las montañas ya existentes. Al quedar totalmente sumergida la de Farallón, la inercia impulsó la placa de Norteamérica hacia el oeste, llevando consigo parte de la cordillera y adelgazando la corteza terrestre entre las montañas que ahora quedaban separadas. Esta inercia de decenas de millones de años ocasionó el hundimiento de la corteza delgada, mayor actividad volcánica y, gradualmente, la inundación del valle formado. De ahí que, por un lado, en muchas de las Islas del Golfo y el litoral occidental de la Península se alcance a apreciar el origen volcánico y, por el otro, encontremos semejanzas en las formaciones rocosas de la Sierra Madre Occidental y la Sierra de Baja California.

Cueva en el noreste de Espíritu Santo
¿Pero qué tiene que ver todo esto con las «tormentas malignas y de gran intensidad»? Todo. El Mar de Cortés quedó atrapado entre dos sierras y eso tiene consecuencias.
Durante los meses de invierno suelen haber sistemas meteorológicos de alta presión atmosférica en el noroeste de Estados Unidos y océano Pacífico Norte, mientras que en México y su litoral con el Pacífico la presión atmosférica es menor. Anschuldigung?
Imaginemos que sostenemos un globo inflado en una habitación. El aire al interior del globo está sujeto a una presión mayor a la del aire de la habitación en la que se encuentra. Prueba de ello es que cuando perforamos el globo con un alfiler el aire escapa hecho la madre y se mezcla con el que lo rodea. En nuestro caso, veamos al globo cómo el sistema de alta presión del Pacifico Norte y a México, cómo el de baja presión. El aire del norte va a querer venir hacia el sur y uno de los caminos más eficientes va a ser por el embudo natural que conforman las sierras que colindan el Mar de Cortés. Este embudo genera lo que para apantallar llamamos el efecto Venturi: así como acelera la velocidad del agua en un rio cuando su anchura y/o profundidad se reduce, la velocidad del viento incrementa cuando el espacio por el que debe pasar se acota. El resultado es que en invierno los vientos del norte suelen soplar enfurecidos en el Mar de Cortés, normalmente por encima de los 35 kilómetros por hora (20 nudos), muchas veces con ráfagas arriba de los 60km/hr (35 nudos). Un kitesurfer quizás piense: «no… pues qué chingón suena eso». Pero no, nada chingón, porque aún hay más. Es tal el volumen de agua que entra al Mar de Cortés en una marea ascendente que, cuando este, siguiendo un rumbo de sur a norte, se enfrenta al viento soplando de norte a sur, se crean olas altas y de frecuencia muy corta (pueden superar los 3 metros e ir separadas por escasos segundos); lo que lo convierte en uno de los mares menos placenteros y más difíciles de navegar. El kitesurfer que practique en una zona expuesta a estas olas no avanzaría nada; más bien se la pasaría tragando agua e implorando a su mamá. ¿Y qué creen? Eso no es todo.
A veces un sistema de alta presión en el Pacífico, del lado oeste de la Península, percibe que en el Mar de Cortés hay menor presión y decide mandar viento a echar desmadre. Cuando este llega a la cima de la Sierra de Baja California se enfría y ahora la diferencia de presiones es mayor, lo que lo hace bajar en chinga. El resultado es un viento catabático (viento que baja la montaña hacia el mar) en esteroides, que en la Baja Sur llaman Coromual, mientras que en la Baja Norte lo llaman Elefante. Los mentados Coromuales y Elefantes se pueden dar todo el año, aunque son más comunes en primavera y verano, cuando el Norte anda más tranquilo.

Los Coromuales se robaron mis shorts
La cereza en el pastel es que azotan de noche, cuando estás anclado, preparando la cena o intentando dormir, o cuando vas navegando tranquilamente pensando en los cetáceos y aves que viste durante el día. Además, el efecto aterrador de la oscuridad es inobjetable. Todo lo gacho se percibe aún más gacho de noche: tanto el viento y las olas cómo los policías de la Ciudad de México.
Hablemos ahora del verano y del otoño. Por un lado es una época de calor infernal -con vientos que más parecen aliento de dragón, por el otro impera la amenaza de que una tormenta ciclónica venga a descagarlo todo. Yo por eso saco mi barco del agua en Guaymas, donde confío ciegamente que estará a salvo, y me largo a donde encuentre alguna chambita, mejor clima y me distraiga al grado de olvidarme de seguir los reportes meteorológicos de por allá. Aquí el regocijo del verano pasado.

Raja Ampat, Indonesia
Para que una tormentita pase a ser un huracán se requieren varios ingredientes, entre los cuales destacan la ira de Dios, una temperatura de agua superior a los 27°C y un efecto Coriolis perceptible (usualmente al norte de los 6° de Latitud). El efecto Coriolis es aquel que produce la rotación de la Tierra sobre aquello que no está fijado a ella, como el viento, las nubes, los aviones y mis tiros cuando juego golf; no así los tenis que cuelgan de los cables de luz. En el hemisferio norte, hace rotar una tormenta en el sentido de las manecillas del reloj y en el sentido opuesto en el hemisferio sur.
En el Pacifico mexicano, cada verano se reúnen todos estos ingredientes. Los políticos, narcos y demás gandayas encabronan a Dios, el agua se pone calientita y México está lo suficiente al norte del ecuador pa’ echar a andar la pirinola. Una vez formado, el huracán va a seguir el caminito que mantenga sus pies más calientitos; si se le enfrían, se desanima y desvanece. Entre junio y noviembre, según como anden las temperaturas del agua, los huracanes pueden visitar playas y puertos desde Guerrero hasta el sur de Sonora, o concentrar todo su odio en la Península de Baja California, lo que han hecho en años recientes, tal vez cómo respuesta a la xenofobia creciente en Estados Unidos (aunque para la desgracia de los mexicanos que la habitan, que son a toda madre con todos los spring breakers y demás turistas, incluso con aquellos que traen el #MAGA tatuado en la frente). En fin, Él sabe por qué lo hace.
Oficialmente, la temporada de huracanes en el Pacifico va del 1 de junio al 30 de noviembre, pero los meses de mayor angustia suelen ser agosto y septiembre, que es cuando el agua está a toda madre. Este año, confiando que Dios estaría complacido con las meras buenas intenciones del Peje, decidí echar mi barco antes del banderazo oficial. Need I say more?
De la bitácora del Capitán se desprende que, con dos tripulantes primerizos, el velero dejó el puerto de Guaymas el 13 de noviembre, siguiendo la costa de Sonora hasta Isla Tiburón, dónde unos pescadores les advirtieron sobre la inminente llegada de un «Weste» (vientos fuertes del oeste) y sobre lo gandayas que pueden ser los Seris. El Capitán decidió buscar refugio en la Bahía de San Francisquito, del lado de la Península.
San Francisquito
A los 3 días se disipó el Weste y emprendieron hacia Bahía de los Ángeles. Ahí actualizaron el derrotero meteorológico y el 25 de noviembre aprovecharon un viento del sur para subir el Canal de Ballenas hasta Puerto Refugio, en el extremo norte de la isla Ángel de la Guarda.
Luego de una breve escala en isla Mitlán comenzaron su ascenso por el Canal de Ballenas. Según la información anotada en la bitácora, las condiciones parecían incluso idóneas para izar la spinnaker. Todo cambió bastante rápido. A las 1600 bajaron la vela mayor, sin perder velocidad alguna. Iban a unos 6 nudos. A las 1700 redujeron el tamaño de la genovesa en un 50%. Tampoco afecto la velocidad. A las 1930, con 20% de la genovesa, lo que llamó «un pañuelo de vela», iban a 9 nudos, que, agregó «es la velocidad a la que el Delorian hubiera viajado al futuro de haber sido un velero monocasco de 33 pies».
Canal de Ballenas
A las 2300, con vientos por encima de los 30 nudos y ráfagas superiores a los 40, anclaron en Puerto Refugio y, luego de unas quecas, la tripulación y su capitán se fueron a dormir. A las 0700 el viento viró a Norte y las olas comenzaron a empujar el velero hacia la playa. Levaron el ancla para refugiarse en el extremo oeste de la bahía. La fuerza del Norte les impidió tocar tierra ese día.
El 27 de noviembre el mar amaneció cómo espejo y pasaron varias horas explorando el norte de la isla. El Weste se esperaba para las 1400, así que a las 1200 levaron ancla para tirarla frente a un peñasco que el Capitán esperaba les brindara mayor protección. El Weste llegó puntual. Entre las 1400 del 27 y las 0600 del 29 tuvieron que reacomodar el ancla tres veces. Las ráfagas superaron los 45 nudos, inclinando el barco lo suficiente para mandar volando comida, platos y vasos por todos lados e incluso botar a un tripulante de su cama. Con tiempo de sobra y sin poder ir a tierra, pasaron estos días leyendo, filosofando y viendo capítulos del Señor de los Anillos y Guerra de las Galaxias.
El 30 a las 0300 zarparon y disfrutaron de un cómodo Norte para navegar hasta la isla Salsipuedes, donde deseaban pasar la noche. Llegaron 30 minutos antes de que anocheciera, hambrientos, cansados y felices de haber dejado atrás aquella Ángel de la Guarda, que poco alivio les había dado, según consta en la bitácora. El motor declaró estar en huelga. No encendió y entrar a pura vela a la pequeña bahía rodeada de rocas y peligros no marcados en la cartas náuticas era «inconcebible», por lo que el Capitán adecuó el plan y se fueron a buscar refugio en San Francisquito, bahía ya conocida y donde esperaba fuera fácil anclar a pura vela, aún de noche, con fuertes vientos y oleaje incómodo.
El 1o de diciembre amaneció despejado y con los binoculares el Capitán alcanzó a reconocer a «Sirena», el velero de Jake y debajo del cual había empedado el día antes de zarpar de Guaymas. Por el VHF le preguntó si tenía algo de aceite que pueda regalar. El motor lo estaba quemando y diluyendo rápido. Jake se acercó remando en un kayak inflable y entregó cuatro litros de justo lo que necesitaba. Además, actualizó el reporte meteorológico y sugirió zarpar por la tarde hacia Santa Rosalia, antes de que pegara el siguiente Norte. El Capi pasó unas horas dándole atención al motor hasta que este accedió a hacer un último esfuerzo. Los sacó de la bahía y, a rastras, los acompañó hasta un muelle en Santa Rosalía, dónde, negado a negociar, enarboló la bandera roji-negra hasta el 27 de diciembre.
Entre el 27 de diciembre y 28 de enero, el Norte desgarró la Genovesa, que el Capitán tuvo que suturar, y arrastró 4 veces el barco de su lugar, no importándole que el Capitán cumpliera holgadamente los protocolos de anclaje. En una ocasión, el Norte incluso lo hizo mientras él se encontraba en la lavandería de Mulegé, lo que «dio qué hacer y llenó de orgullo a los viejitos anclados en la Bahía de Santispac.» Al capitán, «además del oso, [le] costó patrocinar la hora feliz esa noche», cómo pago del salvamento.
Ayer, 29 de enero, con un nuevo ancla de 25 libras tipo Rocna que un velero vecino le vendió en Puerto Balandra, Isla Carmen (donde también arrastró un par de veces), ancló al sur de la entrada a la Bahía de Puerto Escondido, justo a tiempo para refugiarse de otro Weste. Este ancla parece estar funcionándole mucho mejor que aquel Danforth de 25 kilos que solía usar y que tantas veces le quedó mal.
De no ser por el abuso de poder y olor a corrupción que ahí imperan, hubiera anclado dentro de la Bahía de Puerto Escondido. Pero porque México es mágico, una marina que solía ser de FONATUR ahora es privada y presume gozar de derechos exclusivos sobre esta bahía (e incluso áreas aledañas), prohibiendo anclar en su interior, cobrando cantidades inverosímiles por ocupar una boya poco confiable y ofreciendo muelles a precios de Mónaco. Pero esa es otra historia, que con la desaparición de y censura a periodistas que impera en este país quizás convenga no contarla.
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