“Like all great travelers, I have seen more than I remember, and remember more than I have seen.” – Benjamin Disraeli
Cómo comenzar un viaje alrededor del mundo sin visitar aquellos lugares que llegamos a amar y disfrutar con locura, donde cada minuto que se vive es un mar de felicidad,buenos recuerdos y experiencias que se crean, repiten y renuevan a cada paso. Para mi Puerto representa uno de estos poquísimos, pero muy especiales lugares.
Mi odisea comienza en este paradisiaco lugar, durante los últimos días de marzo del 2015, con toda la intención de pasar tres semanas de goce, surf y la buena vibra que sólo un lugar así puede ofrecer, sin embargo, como pronto iba a darme cuenta, Puerto Escondido es un oasis pronto a evaporarse y del que ya sólo sus últimos resquicios quedan.
Para quienes tuvimos la fortuna de conocer este destino turístico por primera vez 20 años o mas atrás recordaremos que, gracias a su poca accesibilidad y desarrollo, el sitio atraía, ante todo, a aventureros y personas dispuestas a sacrificar el confort por la diversión y belleza del lugar. Durante muchos años esta ciudad de Oaxaca fue punto de encuentro de personas abiertas e inclinadas a dejar en casa prejuicios, puritanismos y snobismos; la ausencia de grandes hoteles y resorts, sus doce horas de carretera desde la Ciudad de México, los escasos vuelos y sus altos costos y otros tantos inconvenientes formaban un filtro infalible para el turista regular de Acapulco, Cancún, Vallarta y otros destinos con servicios y comodidades similares. En la década de los noventa y primeros años del Siglo XXI la playa de Zicatela únicamente contaba con unos pocos hoteles con aire acondicionado, para dejar espacio más que suficiente a campamentos surf, cabañas de suelo de arena y hotelitos con servicios mínimos; El Cafecito, para muchos de los asiduos visitantes y amantes de Puerto, representaba un lujo de una vez por día, o ni eso, y la alternativa a la sopa maruchan calentada en la regadera del hotel (si es que donde uno se hospedaba contaba con agua caliente, o incluso regadera), latas de atún, jochos, y el obligado mezcalito callejero pre-antrero; enramadas con hamacas sobre la playa para pasar el día, que se convertían en pequeñas discotecas durante la noche y las atracciones de la vida nocturna del Bar Fly y el Wipe Out del Adoquín. bb
En esta última visita reconozco con tristeza que encontré un Puerto irreconocible (mi anterior visita fue en el año 2005), donde el lugar más frecuentado de la playa es el Oxxo, los bares para mirreyes, luismis wannabe y lobuquis se expanden por la playa, la música estridente no para durante día y noche y el turista basura se empeña en ir dejando su residuos allá donde pisa, acompañados siempre, claro está, por sus inseparables bocinas inalámbricas que dejan a relucir su pésimo gusto musical y van violando oídos indiscriminadamente.
Empero, el alma del Puerto Escondido de antaño no ha desaparecido por completo, no todavía. La Punta, en el lado más alejado de la playa de Zicatela, protege algunas de sus delicias y conserva su antigua paz, tranquilidad y espíritu. En este lugar todavía es posible acampar sobre la playa, comer en lugares baratos y convivir con viajeros, aventureros y turistas más conscientes del lugar donde se encuentran y su relación con el entorno y los otros.
Yo, por mi parte, me hospedé en un idílico rincón llamado Las Cabañas Buena Onda; un lugar muy recomendable. Olivier, el anfitrión, es una persona responsable que mantiene el lugar limpio y muy bien acondicionado. Las Cabañas Buena Onda está ubicado sobre la playa, cuenta con espacio para acampar y un área común que se convierte en punto de reunión y convivencia obligatoria para todos los huéspedes.
No obstante, como todo paraíso, La Punta no puede evitar tener su caca en la punta del pastel: el locales culero. Este personaje siempre ha existido en Puerto; gente arrogante y mala vibra que puede fácilmente arruinar el buen momento y diversión.
Recuerdo que cuando estaba en los teens y que por las noches de fiesta iba a la caza de güeritas extranjeras, tenía que cuidarme de ellos, ya que aseguraban que ellas estaban apartadas exclusivamente para los locales y no era difícil ser amenazado o violentado cuando esto no se respetaba; lo mismo sigue sucediendo con las olas u otras situaciones donde el visitante tiene que compartir el entorno con este deshecho de persona.
Está última visita no estuvo exenta de situaciones desagradables con estos payasos, que los hay de todas las edades, sexos y orígenes, ya sea por prioridad en el break point, porque no les gustó como los viste, tuvieron un mal día o vida, o bien, por los borrachines de la vinata que gastan su tiempo en molestar a los visitantes. Pero bueno, falta con no pelarlos y dejar pasar el mal-trago y La Punta no tiene por qué perder su encanto.
Aún así, la amenaza de la apertura de la nueva súper vía a Oaxaca-Puerto Escondido amenaza con extinguir incluso este pequeño bastión de felicidad, así que si estás pensando en visitarlo no dudes más, puede que mañana haya desaparecido por completo.