Hace millones de años, un arrecife más grande que aquel que hoy baja de la Riviera Maya hasta Colombia embellecía lo que ahora es tierra firme y se conoce como la Península Arábiga. Este arrecife, sepultado bajo las dunas, paso de ser una enorme fuente de biodiversidad a ser el reservorio más grande de petróleo sobre la faz de la tierra y el sustento principal de todos los países de la región, incluyendo Qatar, que es donde pare a estirar las piernas camino a Hong Kong.
Antes de bajarme del avión, la aerolínea ya estaba promoviendo la modernidad, lujo, eficiencia y estética del magno aeropuerto de Doha y efectivamente, bastaron unos 20 pasos para confirmar que había llegado a un país de exacerbada opulencia. Tiendas de cada marca de lujo, exhibición de autos deportivos carisisimos, estatuas gigantes de artistas renombrados, (según esto, que yo de esas cosas no se nada) hombres en elegantísimas pijamas blancas, paseando entre sus 20 mujeres cubiertas en finísimas telas negras, de tal forma que a penas se pueden percibir sus ojos, pero que no obstante se toman unas groupfies a lado del oso de Harrod’s tamaño humano, o de los autos o estatuas… todo lo que uno ve hace pensar en la riqueza que alberga Qatar y me lleva a pensar en las impresiones generadas por otros aeropuertos que he visitado en estos 33 años viajando: Beijing: enorme, espacioso, diseñado para que sus millones de pobladores viajen y dejarle claro al mundo que a China se la pela; Sao Paulo: un hibrido entre Plaza Meave y la terminal de autobuses Taxqueña, que hace poco antojable quedarse ahí; Huatulco: la gigantesca y preciosa palapa que confirma que has llegado a un paraíso tropical; Curasao, donde de chamaco, para mi desgracia y la de mis padres, olvidé mi osito, y que recuerdo era bastante bananero; o la T2 del Benito Juárez, con sus techos descarapelándose, como todo lo que el gobierno compra y manda construir.
Y en este orden de ideas, me acuerdo del aeropuerto súper cabrón que EPN le prometió al país y que afortunadamente se canceló; de los diversos trenes que también prometió y que ya no se van a hacer, también por culpa de algún wisltleblower; de la cagotiza que nos acomodó la Gaviota por meternos en sus finanzas y propiedades y luego, de los 43 estudiantes de Ayotzinapa que nunca le importó a la familia real mexicana. Aquí le pongo un freno a mi debralle sobre México y regresa mi curiosidad por Qatar: me pregunto si, como aquel aeropuerto de EPN, este no es más que un espejismo que oculta una realidad opuesta, un país dónde no todo es Versace y en el que también desaparecen a los incómodos, matan a los extrovertidos y si sí, si lo hacen con la excusa de la religión, el celo del poder, la intolerancia a lo diferente o si soy un ignorante prejuicioso y este país es tan igualitario, tolerante y lleno de oportunidad como algunos países de Europa.
Mi primera conclusión es que, como dice ghandi, «hay que leer más books». La segunda es que seguramente pasan miles y miles de turistas por Doha, muchos incluso más ignorantes que yo y muchísimos más que seguramente no cuestionan nada. La tercera se refiere a lo fácil que es, finalmente, explotar esta ignorancia globalizada para forjar impresiones que convengan a quienes están en el poder y que de construirse aquel magno aeropuerto en la Ciudad de México, seguro le ayudaría a México a hacerle creer al mundo que no hay decenas de millones de mexicanos viviendo en extrema pobreza, que no hay cientos de miles de desaparecidos o desplazados, que no es uno de los países con mayor impunidad ni de los más corruptos y que, al contrario, es un país desarrollado, competitivo, preparado para recibir y dar seguridad a la inversión extranjera, a los turistas; respetuoso de los derechos humanos y, como Qatar, lleno de riqueza. Con un aeropuerto impactante por su arquitectura, tecnología y calidad de servicio, es probable que incluso transeúntes como yo dejen de cuestionarlo todo, porque si lo estoy haciendo ahora es porque tengo tiempo, curiosidad y, sobre todo, por lo jodido que veo mi propio país y las ganas que tengo de ver que en el resto del mundo las cosas están, al menos, un poco mejor que en casa.
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