Camboya

Mi paso por Camboya fue rápido pero muy enriquecedor.

Ya sabía que este país se luce por la cantidad de corrupción que hay en su gobierno y autoridades, incluso asimilable a México. Esta corrupción se puede palpar desde antes de que cruces la frontera.

Un par de días antes de partir a Camboya, varios amigos y yo estábamos buscando en internet cuánto costaba la visa, además de preguntarle a otros conocidos cuánto habían pagado y cómo les había ido.

«La página de la Embajada dice que cuesta $35 dólares, más $2 dólares por un examen médico superficial.»

«Sí, pero dicen que en el camión pasan unos sujetos y te piden tu pasaporte para que ellos hagan el trámite y esto puede aumentar el precio a $39, $40 dólares, lo que ellos quieran.»

«Yo no quiero dejarles mi pasaporte, deberíamos hacerlo nosotros mismos.»

«Sí, aunque también me han dicho que si no le caes bien al que te está atendiendo te pueden cobrar todavía más».

«Una amiga pagó $50 dólares». «Un amigo pagó $45».

Así eran las conversaciones. ¿Cómo demonios puede ser posible que hasta para hacer este trámite sean tan corruptos? Todos nos lo preguntábamos y hasta nos daba miedo.

¿De qué dependerá si les caes bien o no? ¿De ser güero, negro, moreno, amarillo? ¿De tu estatura? ¿De si eres «western» o no?

Por estos lares siempre confío en que la nacionalidad mexicana me ayude. A ojos internacionales seguimos siendo un amor.

Pues bien, partí antes que los demás. Prometí avisarles como me iba en el cruce de fronteras y darles -si había- algún tip.

Primera parada: Con la autoridad de Laos que te cobra $2 dólares por salir del país, cuestión que sorprende a muchísimos europeos, ¿por qué cobran? se preguntan. Yo les digo que varios países hacen eso. Recuerdo tener que pagar $20 dólares para salir de Ecuador y que México también le cobraba a algunos países latinoamericanos.

Ahí mismo llenamos las formas migratorias y el sujeto nos dijo que le diéramos nuestros pasaportes para que él hiciera el trámite. Nos resistimos hasta que dijo que podíamos seguirlo en cada paso del trámite y que nos cobraría $39 dólares.

Decidí aceptar, era eso o depender del buen o mal humor de otro camboyano. No hubo contratiempo alguno, lo seguimos hasta donde pudimos, de repente desapareció pero regresó con los pasaportes y descansamos. Ya con visa en mano, me subí a la minivan que me llevaría a Siam Reap.

Desde que entras a Camboya te das cuenta de que las cosas  no deben estar muy bien allí. A diferencia de Laos que conserva muy bien sus montañas repletas de árboles, aquí sólo se veían hectáreas y más hectáreas de terreno con árboles talados. Miles de ellos. Una tristeza monumental. Pensé que sólo sería un área; pero no, este panorama siguió por cuatro horas.

Por otro lado, ves por todas partes el letrero del Partido Popular de Camboya. El único que ha gobernado a este país desde 1993 como tal, aunque -igual que en México- este partido fue creado muchos años antes y fue cambiando de nombre a través de los años ¿Les suena?.

En fin. Llegué a Siam Reap e hice lo debido: visitar el fabuloso complejo de Angkor Wat, una serie de estructuras religiosas o templos considerados como patrimonio de la humanidad y como una de las nuevas maravillas del mundo. Hay que decir también, que no hay ruinas mas grandes que éstas en el mundo. No hay palabras que puedan describir su magnificencia, ni toda la historia que existe detrás de ellas. Simplemente increíble.

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En esta ciudad, varios chicos europeos que trabajaban en el hostel donde me quedé (Funky Flashpackers) me dijeron que tuviera muchísimo cuidado en Phnom Penh, la siguiente ciudad a la que me dirigía y que también es la capital del país.

Ya había leído en mi súper guía -que no ha servido de mucho- que en la capital son muy comunes los asaltos, específicamente el robo de bolsos. Para una que es chilanga esto sólo forma parte de la cotidianeidad, así que hace falta un poco más para asustarme.

Pero cuando estos chicos empezaron a decirme que era re peligroso, más allá de los asaltos y que luego yo, andando sola, debería tomar extra precaución; ahí me empecé a asustar.

Pregunté si era posible salir por la noche a tomar unas chelas, me dijeron que mejor ni lo intentara.

Total que lo lograron. Me fui re espantada a Phnom Penh ¡Me aterroricé!

Tomé de nueva cuenta una minivan hacia allá; misma que se descompuso a medio camino por lo que tuvimos que esperar más de 2 horas para partir. Gracias a este retraso, conocí a uno de los pasajeros:

¿De dónde eres? -De México- ouuuu nice!- ¿y tu? – De Ruanda – woooow!!!

¿Qué se dice cuando conoces a alguien de Ruanda? «Que chingón? Siento muchísimo todas las muertes que han azotado a tu país? ¿La pobreza? ¿ya viven en paz?» No tenía ni idea de qué decir así que me limité a un «wooow!!! nice!». Seguramente en su cabeza ocurrió un debate similar.

Nos fuimos a cenar. Pie-Pacifique me platicó que no vivía en Ruanda sino en Sudáfrica; que dejó su país a los 13 años debido al genocidio y que aún no es un buen lugar para vivir, pero que la gente es buena y linda. Sudáfrica, para el, es un país muy distinto al resto de África, pero le gusta.

Platicamos del catolicismo impuesto en Ruanda y México, de las historias antiguas que ya existían en su país antes de la colonización, yo le conté del mito de la Virgen de Guadalupe y su relación con la antigua Tonantzin.

Le conté también del último libro que había leído, «El origen de la tragedia» y cómo Nietszche describe y explica por qué los países occidentales destruyen y toman otros países como los nuestros.

Fue una plática valiosísima.

El estaba en Phnom Penh por cuestiones de trabajo y no era la primera vez que iba. Así que le pregunté:

¿Es verdad que es súper peligroso? – ¿a qué te refieres?- Me han dicho que asaltan mucho y pasan cosas horribles, que ni siquiera debería salir de noche. – No me ha tocado ver nada así, yo creo que  estarás bien.

Fue un respiro y, efectivamente, no fue como me la pintaron. Camine tranquila por las calles, salí a pasear y no pasó nada.

La cosa es esta: Las y los chicos «occidentales» viven una realidad muy distinta a la de cualquier latinoamericano, africano o asiático, por lo que nuestros estándares no son los mismos, ni están cerca de serlo.

Estas personas viven en países en donde, generalmente, las cosas van bien, mientras que en el resto del mundo no es así. Aprendemos que SIEMPRE tienes que cuidar tus cosas; incluso desconfiar del otro puede considerarse más una virtud que un defecto. Es una desgracia, pero así es. Sabemos que la corrupción es como la humedad, que la pobreza es una maldita constante; que lo rural es eso -rural- no «pobre» o «no civilizado», que a veces viviendo con muy poco se puede ser más feliz. Entendemos que se avanza de poquito en poquito, reconstruyéndonos a cada paso.

Mi percepción sobre Camboya y, en específico Phnom Penh, es que es palpable que es una ciudad en crecimiento, se ven los edificios viejísimos y descuidados al lado de nuevas torres espectaculares. Ahí se puede cenar en restaurantes súper chidos o en fondas; comprar ropa re barata que en realidad se vende a precios mas altos en occidente pero que son 100% costeables para la gente -la de occidente, claro- (H&M y Benetton son clientes favoritos de las manos camboyanas, que trabajan mucho por nada de dinero y en pésimas condiciones de trabajo. NOTA: Si quieren saber mas sobre esto recomiendo altamente ver el documental «The True Cost»  ahí o en Netflix y les invito a dejar de consumir estas y demas marcas que se aprovechan de la mano de obra de paises en desarrollo, se incluye Adidas, zara, bershka, etc. perdon por el comercial y continuo…), habrá a quien le quiten el bolso y a quien no; se ve que hay gente trabajando duro por sueldos bajitos y al mismo tiempo ves muchas escuelas internacionales (para franceses, japoneses, gringos). Total, hay de todo y para todas las personas.

Teniendo una nueva amistad tan interesante, decidí  que no quería salir de fiesta con la gente del hostal, preferí pasar mis 3 noches con Pie-Pacifique, platicando de nuestros países, de Camboya  y bailando salsa. Resultó ser un fanático y gran bailarín.

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Phnom Penh fue duro. La visita obligada es a la prisión Tuol Sleng, tambien conocida como la S21, lugar de tortura y muerte para miles de camboyanos a manos del regimen jemer liderados por Pol Pot (dejo link para curiosear en caso de no saber sobre este malvado). Entender la locura de este sujeto no me resulta nada  fácil. De hecho, sigo sin entenderla y siempre me pregunto cómo le hace la gente para seguir con sus vidas. Estar con Pie me ayudó a entender un poco más de esto, ya que su pais vivió algo muy similar.

Me dijo que el dejo de sentir rencor y sufrimiento por lo que había pasado una vez que aceptó que las cosas pasan. Dejó de preguntarse ¿por qué pasan? ¿qué hubiera sucedido si esto no hubiera pasado? Me dijo: «La cosa es que pasó. Eso ya no lo puedes quitar. Cuando entiendes eso, entonces puedes seguir adelante y tratar de que nunca vuelva a pasar.»

Nunca se me a olvidar y es una buena enseñanza que me llevo.

En lo que respecta a la corrupción camboyana o de cualquier parte del mundo, me parece que siempre va a estar ahí en menor o mayor medida, como en Ruanda, como en México. El tema es amplio y complejo y a estos gobiernos les ha funcionado tener a la población ganando poco dinero, con  educación insuficiente y con un acceso a la información viciado que les permite perpetuar su estancia en el poder y alimentar la corrupción y a su hermana la impunidad.

Se, por lo que he leído, algo sobre los problemas de Camboya. Personalmente, solo tuvimos la desdicha de ser detenidos por un policía que le bajo 5 dólares a Pie por no traer casco mientras manejaba la moto; no crean que existio la posibilidad de una multa. No. Al mas puro estilo poli chilango ochentero, se aventó directamente a pedir su dinero. Fuera de eso todo corrió con absoluta normalidad.

 

 

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