Diario de una meditación. Parte I

El año antepasado falleció Sacha Mandinga. Unos días después, Andrei Rostislavovich compartió a un grupo de amigos en un chat de Whatsapp que se iría unos días a la montaña y que estaría incomunicado.

Meses después visitó México y, en cuanto tuve tiempo de tener una plática decente con el, le pregunté qué había estado haciendo. Me comentó que había estado recluido meditando. Me quedé sorprendida. Para quienes lo conocen, sabrán que meditar no es una de las cosas que estaba en su radar años atrás.

Yo había comenzado ese mismo año a practicar yoga kundalini, el cual implica -además del ejercicio- meditación mediante mantras y respiraciones de distintos tipos. Esta experiencia fue muy buena y viajadora; al poco tiempo, comencé a sentir diversos cambios en mi persona, por ejemplo, claridad de mente.

Es por eso que cuando Andrei me contó sobre la meditación lo quise saber todo. Fue cuando me contó del Vipassana; una técnica de meditación universal y 100% laica, la cual tiene como objetivo sanar física y emocionalmente. Para hacerlo, necesitas hacer un retiro de 10 días.

El año pasado durante mi viaje, Andrei me preguntó «¿Qué pedo? ¿Piensas hacer el Vipassana? Deberías darte el chance y hacerlo en Myanmar. Imagínate, es la tierra de esta técnica.» Dije «sí, a huevo. Me parece que lo necesito ¿dónde me inscribo?» Para quien le interese, denle click aquí.

Al final, decidimos ir juntos. Acordamos fechas, mandamos nuestra solicitud, lo aceptaron, me aceptaron. Todo listo. Comencé a ponerme nerviosa: «Diez días sin fumar, Phuyin, diez días». Esa era mi mayor preocupación; en realidad no tenía ni idea a lo que me estaba metiendo.

Ya de nuevo en Tailandia, Andrei me contó del Vipassana, me contaba más o menos cómo era la cosa. Me preguntó si estaba nerviosa, claro que estaba nerviosa! Lo único era que me sentía muy confiada en mí, en mi fuerza de voluntad; incluso con lo del cigarro. Sentía que podía hacerlo porque quería hacerlo.

Nos fuimos a Myanmar. «¿Estás lista? ¿Quieres fumarte tu último cigarro?» me preguntaba Andrei. «Sí quiero.»

Una vez adentro te vuelven a dar las reglas para que las leas: No fumar, no intoxicantes, no hablar, desayunar a las 7.00 am, almorzar a las 11.00 am, dormir a las 9.30 pm, meditar 11 horas diarias, no mentir, no carne, no decir o tener actuaciones sexuales… ok, ok, ok. Antes de entrar te repiten el compromiso: «Estás aquí para hacer el Vipassana que requiere que estés sentada meditando por diez días, si tu dices que sí, yo también acepto que entres.» «Acepto.»

Día uno: 4.30 am comienza la meditación en el Dhamma Hall, una grabación te va diciendo lo que tienes que hacer. Concentrarte en tu respiración, sentirla y permanecer tranquila. ¿Tranquila? ¡Pero si esta mente mía no me deja! Durante todo el primer día te das cuenta que en tu mente convives, al menos, con dos personas (algo que esa misma noche te enseñan).

Yo me di cuenta que convivía con más Phuyines: La Phuyin del pasado, la de los recuerdos. La Phuyin del futuro, la que se vive soñando e inventando historias. La Phuyin mala y egocéntrica que me quería sacar de la meditación. La Phuyin cantadora que aprovechaba cualquier ocasión para comenzar a cantar. La Phuyin buena que sí estaba aprovechando la ocasión y la Phuyin romántica de los novios, ex novios, amantes y amores.

¡Qué pesadilla! ¿Cómo puedo vivir tranquila con tantas yos adentro? ¿Cómo no pueden callarse? ¡Tienen que callarse!

Día dos: Todas mis yo siguen ahí, pero ya no se aparecían todas todo el tiempo. Las más necias fueron las del pasado, la del futuro, la romántica y la cantadora. Ese día, los dolores propios de estar sentada por horas comenzaron a intensificarse. Cambiaba de posición continuamente para enfocarme en mi respiración y lo que debía sentir a través de ella y no a través del dolor.

Ese día después del almuerzo pensé «uuuuy, ahorita estaría chido un cigarrito». Me lo fumaba mentalmente y ya estaba. No hablar seguía siendo lo más fácil. No comer nada después de las 12 del día no era ningún problema. Comencé a tener pensamientos creativos.

Día tres: Se apareció un dolor intenso en mi garganta. Debo decir que llegué al Vipassana con una tos medio nefasta, una tos que con el paso de los días disminuyó considerablemente, pero nunca me dejó.

Ese dolor que sentía no era de la tos. Era un dolor de ardor, como de acidez. Yo no sufro de gastritis, ni acidez, por lo que el dolor no era normal. El ardor continuó durante toda la meditación de la mañana, e incluso sentía que tenía atravesado algo en la garganta, algo que estaba pegado a ella. Al final se desprendió, lo sentí claramente cuando sucedió y sólo pensé «quéeeee cabróooon».

Ese día anunciaron en el discurso de la noche que al siguiente día comenzaríamos -ahora sí- a practicar Vipassana. Me emocioné. Esa noche tuve un insomnio horrible que después descubriría era normal.

Día cuatro: Vipassana. Empecé a sentir vibraciones por todos lados. La cara, la lengua, cabeza, pecho, todo. Todo se está moviendo. Las Phuyines andan más tranquilas, pero Phuyin la mala se hace cada vez más presente, distrayéndome durante la meditación, diciéndome cosas tontas. Cada que se aparecía le decía internamente: ¡vete! ¡Déjame meditar! Se iba y entonces aparecía la cantadora y me perdía en la canción por 15 segundos, hasta que otra vez le decía «¡Ahora no podemos cantar! ¡En el descanso!» Se iba. Yo seguía.

Ese día hablé con la maestra: «Tuve insomnio y mi mente no me deja, estoy peleándome con ella todo el tiempo porque quiero que se calle». Me sonrió. «Es normal que tengas insomnio, los sankaras se está moviendo y la mente ya está alerta. Respira profundamente y el insomnio se irá. No presiones tanto tu mente, no te desgastes en regañarla. Tú sabes cuándo va a molestarte. Antes de que llegue, respira hondo para que no lo logre.»

Día cinco: Llegué a la mitad del camino. Qué emoción. Me sigo sintiendo bien, con ganas de seguir avanzando, ojalá logre callar mis voces pronto y meditar como se debe. Los dolores continúan, en la pierna derecha primordialmente, la espalda, el pecho, la panza. Mi panza está llena de aire, como una gran burbuja. Sigo encantada con los discursos nocturnos de Goenka y sigo teniendo un poco de problemas para dormir.

Día seis: Pfffff… ¡qué horribles meditaciones de la mañana! Me parecieron insoportables, estaba cansadísima sin razón aparente, no me podía concentrar y por primera vez sentí unas ganas brutales de abandonar la sala de meditación a la mitad de la sesión.

Necesito un baño -pensé- pero no me lo puedo dar hasta después del almuerzo. Debí haberme bañado a las 7.00 am. ¡Qué ganas de irme a dormir!

La meditación de la tarde mejoró mucho. Menos dolor, más concentración. Sí, seguro sólo fue mi hueva de la mañana. Por la noche, en el discurso mencionaron que el segundo y el sexto día son los más difíciles; que probablemente te sientes muy agotada, pero si ya la libraste, pues listo; sigue.

Día siete: Comienzan tres horas diarias de sentarse a meditar con determinación fuerte («sittings of strong determination»), una a las 8 am, otra a las 2.30 pm y la última a las 6.00 pm. Durante una hora no debes mover tus piernas, tus manos o abrir los ojos. Uffffff, lo intenté hasta que el dolor me hacía claudicar; no lograba hacerlo.

Me enteré después que no hay pedo. Si es mucho tu dolor es mejor que te muevas, pero ¡inténtalo! y si esta vez tuviste que moverte 5 veces, intenta que la próxima solo sean 4, y así poco a poco hasta lograrlo.

Día ocho: Hoy por fin ya tengo permiso de irme a las celdas individuales a meditar, lo hice un par de veces y decidí que mejor me quedaba en el Dhamma Hall porque me ganaba el sueño en la celda.

Mi meditación sigue siendo buena a veces, a medias otras. Muevo mucho mis ojos, muevo mi cuerpo. El ardor en mi pecho y espalda se vuelve insoportable. Veo piedras incrustadas en cemento sobre mi espalda, siento que hay fuego en mi pecho. Un fuego tan intenso que en una de las meditaciones, ya casi al final de ésta, no pude terminarla tranquilamente por el ardor que sentía. De pronto sentí la necesidad de agarrarme el pecho y –como si te trataras de salir a fuerza de un lugar muy pequeño-, wuaaaa!!! el demonio salió. Comencé a llorar. No lo podía creer. Goenka había dicho que los dolores que sentimos se manifiestan de distintas maneras, básicamente en la forma de los 4 elementos. El fuego -manifestado aquí en ardor-, está asociado con la ira, el odio y también la pasión.

Ese día no pude creer el tamaño de la negatividad que había salido de mí y estaba además frustrada porque no supe sobrellevarlo, ¡terminé llorando! Pensé que estaba mal que llorara, pero por otro lado, el agua se manifiesta en llanto y sudor, y éstos a su vez, con la tristeza. Sobra decir que traía una buena cantidad de tristeza atorada dentro de mí debido a la pérdida de Sacha. Ese día supe que me faltaba demasiado.

Día nueve: Ya casi terminamos. Phuyin la malvada ya no ha vuelto; la que canta por supuesto que sigue ahí cantando cuanto se le ocurre, desde Björk hasta Juanga o Pandora (¡WTF!). El dolor en el pecho ahora son dos estacas clavadas fuertemente. En mi espalda, las piedras incrustadas en el cemento que está sobre mi espalda ya no están, ya no hay cemento en toda la parte media y baja, pero queda algo en la parte alta. Tengo mucho aire pero ahora en la garganta. Aire que me hace querer eructar levemente. Mi pezón derecho está on fire. El vientre lo siento presionado.

Hoy he logrado moverme sólo una vez durante la meditación de fuerte determinación, pero no logro meditar con la técnica más avanzada de la que nos habló Goenka. Mi imaginación le sigue dando vuelta a la hilacha y no debería ser así.

Todos estos días he estado observando a Andrei de lejos. Lo veo muy tranquilo.

En mis pensamientos me sorprendo de que haya sido él el que me trajo hasta acá. Que haya sido él, quien me esté dando este regalo. Me parece fabuloso e inaudito. Se que cuando podamos hablar tendré que agradecerle.

Día diez: Nos enseñan la última parte del Vipassana. Hacer una meditación de Meta-Dhamma, o en otras palabras, una meditación de amor compasivo. Qué bonito. También nos dicen que ese día podemos volver a hablar a partir de las 9 am con el objeto de irnos preparando para salir.

Yo no quiero hablar con nadie que no sea Andrei. Todavía nos faltan muchas horas de meditación y no quiero meter basura o expectativas a mi cabeza. Pero es imposible. En cuanto salgo de la meditación, una alemana me ataca con una pregunta, le contesto un simple «no sé» y me voy. Me siento abrumada, me siento muy sensible.

No quiero hablar; quiero llorar.

Veo a Andrei: «Felicidades! Lo lograste! ¿Qué tal te trató el dolor?»

Contesto «De la chingada, pero estuvo bien. ¿Cómo te fue a ti?»

Andrei: «Bien. No tanto como hubiera querido. Mi mente andaba por todos lados.»

Phuyin: «La mía igual. Ya hablaremos más al rato.»

Yo me sentía muy mareada todo el tiempo. Había ocasiones, después de meditar, que creía que me iba a desmayar. ¿Y ahora hablar? Nel. Me fui a bañar y me encerré en mi cuarto mientras escuchaba a todas las demás pericas hable y hable.

En la noche platiqué con mi roomie. Una chica israelí de 18 años. Platicamos de mi adicción al tabaco y de su adicción al celular. Le dije que para mí había sido muy interesante verme dejando de fumar por diez días sin tener unas ansias locas o un mal humor del carajo. Es obvio que estaba tan ocupada en lo demás que mi mente lo hizo a un lado.

Día once: El Vipassana ha terminado oficialmente. Yo no hago mas que sonreír como nunca, estoy genuinamente feliz y orgullosa. Ese día durante la ducha, la Phuyin cantadora por fin pudo sonar! Decidió cantar «Busca un problema» el primer sencillo de Natalia L. ¿por qué? No tengo idea. La selección musical de esa Phuyin no tiene ningún sentido, no tiene pies ni cabeza y eso me causaba mucha gracia.

¡Salimos! Agarramos nuestros celulares y con ellos la realidad de tener 300 mil mensajes de whatsapp.

No tengo más que agradecerle a Andrei por este gran regalo, por haberme invitado a dar este paso que resulto ser extremadamente valioso, así como doloroso y aleccionador.

Me encanta que no haya estado sola al hacerlo. Volver a la realidad sí es duro y qué mejor que hacerlo con tu amigo, ahora mi Dhamma Brother.

Sé perfecto que esto fue solo el comienzo y que tengo mucho camino por andar. Pienso en la gente que aun no perdono aunque me lo haya propuesto, pienso en aquellos que sí he logrado perdonar. Pienso en que la vida es un suspiro y pienso vivirla con todo, incluso si a alguien que yo quiero no le gusta mi modo de hacerlo. Pienso en Sacha, en Rafa, en la pérdida, en cómo puedes malgastar tu tiempo en nimiedades en vez de ser feliz.

Sobre todo pienso que hacer esto es una de las mejores decisiones que he tomado y con eso me quedo muy contenta. También noto, en días posteriores al Vipassana, que ya no lloro cada vez que estoy sola en un camión. Logré limpiar una parte de mí y tal vez hasta sanarla. Estoy tranquila con lo que ha pasado, y como decía ese poema de Amado Nervo «Vida, estamos en paz!».

 

Vipassana

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